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En una entrevista de la obra miscelánea Experimentos sobre la verdad, dice Paul Auster a propósito del realismo: El azar es parte de la realidad; continuamente nos vemos transformados por las fuerzas de la coincidencia. Lo inesperado ocurre en nuestras vidas con una regularidad casi paralizante. Y sin embargo, existe una idea generalizada de que las novelas no deberían abusar de la imaginación. Todo lo que parece improbable se considera necesariamente forzado, artificial, irrealista. No sé en qué realidad ha vivido esta gente. Están tan inmersos en las convenciones de la denominada literatura realista que su sentido de la realidad se ha distorsionado. En estas novelas, todo ha sido uniformado, despojado de su singularidad, encerrado en el predecible mundo de causa y efecto. Cualquiera que tenga la sensatez de asomar la nariz fuera del libro y analizar lo que tiene frente a él, comprenderá que ese realismo es una absoluta farsa. Para decirlo de otro modo: la verdad es más extraña que la ficción. Supongo que mi propósito es escribir una ficción tan extraña como el mundo en que vivimos.
La cita es larga, pero, por lo jugosa, merece la pena, ya que en ella se plantean, al menos, dos interesantes cuestiones. La primera es la que intenta desbaratar la convención del realismo, mostrando la falsedad de la ecuación realidad = representación realista. Aquí Auster no puede ser más explícito: por lo general eso que se llama realismo es una absoluta farsa ya que pretende hacer pasar por una representación exacta de la realidad lo que no es sino una reducción uniformada de la misma, sometida a la coherencia obligada del vínculo causa efecto. Sabiendo, desde Schopenhauer, que el mundo es, para los seres humanos, fundamentalmente representación, lo que el escritor norteamericano apunta es el abuso de una modalidad de representación que se presenta como canónica de todas las demás, utilizando para legitimarse un sentido común que suele tener muchos intereses particulares. El realismo, así, no es tan inocente como parece, a fuer de ser falsario.
La segunda es la distinción implícita entre fantasía e imaginación, proponiendo la incorporación de esta última al dispositivo creador y desterrando la primera como potencia falseadora y pretenciosa. En efecto como ya lo explicó, entre otros, Baltasar Porcel, en un excelente artículo no muy lejano, el uso de la imaginación abre la exploración de lo que podría ocurrir a partir de lo que ocurre, incorporando la dimensión del azar. Por el contrario, el recurso a la fantasía opera con una combinatoria arbitraria de ocurrencias que reivindica, al cabo, una verosimilitud imposible. Como se ha podido ver en muchas ocasiones, la confusión terminológica y, sobre todo, conceptual, entre estas dos potencias humanas, abre camino a su sinonimia, haciendo un flaco favor al espíritu crítico.
Además, curiosamente, de la reflexión cruzada acerca de estas dos cuestiones, puede llegar a deducirse que lo que Auster denomina realismo, o representación realista, es más bien el fruto de un empleo inconsciente del recurso de la fantasía, y que su propuesta literaria, tildada por algunos como de pseudo ciencia-ficción, resulta de una aplicación muy medida de la tantas veces confundida imaginación.
Así, las palabras de Auster deberían servir de meditación para literatos realistas, maestros fantasiosos y críticos poco imaginativos.
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Paul Auster |