1978. Dos jóvenes enfermos de literatura salen de Navarra sin dirección, yendo de un sitio a otro a la deriva, sin detenerse más de la cuenta en ninguna parte, en busca del camino verdadero. Les acompañan casi hasta la pedantería- sus autores más queridos, (los más fatalistas, por supuesto): Kafka, Rimbaud, Beckett, César Vallejo, Valery, Knut Hamsun y decenas más. En San Sebastián recogen a Ione, la chica de la que los dos se enamorarán pero que sólo Estanis el amigo del narrador- tocará. Está a punto de comenzar el invierno.
Llega una edad en la que no soportamos a nuestros padres. Simplemente no podemos evitar verlos como seres humillados y vencidos. De modo que los rechazamos y ridiculizamos para vivir. La fuga de todo -la última novela de Fernando Luis Chivite (Pamplona, 1959)- cuenta la huida (del influjo del padre y de la tierra) de tres veinteañeros en busca de la propia identidad: la gran trampa de la vida cuya única solución pasa por perderse para luego encontrarse a uno mismo y recomponerse. Aunque el tema puede parecer un poco manido, tiene el aliciente de ser contado desde el otro lado, desde el regreso, desde la voz de un hombre de cuarenta y tres años que busca, ante todo, olvidarse de su juventud: el gran tumor, la gran enfermedad, el trastorno que siempre permanece. Por eso, esta novela no es sólo un texto para jóvenes.
En sus páginas el autor habla de la amistad, el amor, la sed de aventura pero también de las diferencias de clases, el nacionalismo, la sabiduría y la madurez. Más que un libro sobre la juventud es un libro sobre lo que es dejar atrás la juventud.
Llega un momento en el que hay que aceptar el mundo y admitir que lo que a continuación comienza es ya otra cosa. La novela utiliza el escepticismo, el realismo y un tono trágico para explicarlo. Citas de grandes escritores y reflexiones sobre la vida, la lectura y la escritura. Con La fuga de todo Chivite cierra su trilogía dedicada a la identidad y a la búsqueda de la libertad individual. Y lo hace con acierto, en una novela que mezcla pasado (lleno de vagabundaje, aventura, hambre y frío, pero aliviados por la certeza de pertenecer al grupo de los elegidos) con presente (de reclusión en un manicomio, monotonía y sol del mediterráneo). Dejando ver que lo uno irremisiblemente lleva a lo otro.
La fuga de todo es incluso una fuga de la fuga, porque al final el narrador y su nueva compañera Mílena, una mujer yugoslava de 33 años destrozada psicológicamente por la guerra- consiguen no huir de nada: No tenemos prisa, No nos apresuramos, Tampoco hacemos planes. Algo que muchos quisiéramos para nosotros y este par de locos parecen conseguir.