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Cada vez más frecuentemente se paraba a mirar los días de su vida transcurrida desde la verja frontera entre el presente y el pasado. Sentía añoranza de todo aquello y, por eso, incomprensiblemente para la gente que pasaba a su lado, algunas lágrimas, aprovechando el cauce de las arrugas de sus mejillas, las atravesaban hasta llegar a la barbilla desde donde goteaban al suelo como una lluvia antigua, salada.
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