EL GLACIAR
Crepita el glaciar del cielo,
se anuda al pecho liso de la luz
como una caracola incandescente.
El glaciar alisa los cráteres malditos
y se enfrenta al poder de la masacre
como un halcón de pico congelado
y unas pequeñas alas de amuleto.
Sortea las pavesas de la tarde
con una pulsación estéril, vaga
por los contornos de los cantos míseros
que dan la bienvenida a la tiniebla.
Se detiene con las anginas toscas
de ese cielo que al despuntar el día
desangra amaneceres como un lápiz.
Y sueña al derretirse con la nieve,
enraizada en el espacio cósmico,
por quien renacerá en la noche nueva.
LOS CAIMANES
El día es el eclipse de la noche.
Como un sarcófago
que se abre para recoger a un muerto,
respira la mañana antropomorfa.
Como un luto, reviven las ventiscas
insoladas, sollozan los escombros,
se atreven a llorar los papagayos.
En la tierra baldía se desnuda
el pavor, la terrible calavera
disfrazada de sol, un azar puro.
Qué comen los caimanes, qué luz comen
para poder dormir cuando amanece.
Aletargados, piensan en el aire,
conjuran, para eliminar el día,
con el sueño avivado por la pústula.
Caerán los jazmines en sus bocas
como nudos y pergaminos tristes
que sólo flor darán en sus estómagos.
TÚ
Atraviesas el cierzo y la desdicha
de un ulular hambriento y desangrado
que emerge al despuntar la madrugada.
Amanecen los pechos florecidos
por el ámbar, la luz de las farolas,
que reflejan los cuencos y canastos.
Están vacíos, cual daga sin sangre,
mordidos por dolor en sus extremos,
cuadrados por el ángel de la furia.
Todo es cálido alrededor del caos,
un fuego castrador y permanente,
un verano, con dientes por destino.
Dónde estará la nieve salvadora,
el frío baile de los tallos vírgenes,
el trovador alivio del invierno.
PÉRDIDA
Llora el sol el camino hacia la noche
con sus párpados huidizos,
cerrando los ojos ante el día
que ambiciona el salitre del mar
y perpetuarse ciegamente
ante la noche.
El día queda devastado.
Imponente, el mástil nocturno se avecina,
con el caudal de las rosas oscuras
que transpiran el olor aciago
de los besos de una luz inmóvil.
Estudia la rotunda circunferencia
de una esfera inviolable y pura,
que abriga el cielo con un resplandor
de horas transidas de desvelo.
La noche vence
en el aquilatado rumor sombrío
de los pasos gigantes de la urbe,
donde dormimos sin mirar atrás
ensueños de penumbra dilatada.
SOMBRAS
La noche es movimiento de penumbras
luchando para ser eternas, río
de manos en los cuerpos que divaga
sobre el influjo de la sangre dulce.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caimanes, con la furia
de un sexo desmedido, con lujuria.
La noche es la simiente de los pasos
que aniquilan las luces de los lechos,
y son los cuerpos sombras de esa noche
que dominan la oscuridad tardía.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caballos, con ardor,
reclamando sus alas el perdón.
La piel anhela el roce de las sombras
que se desprenden ávidas, ventiscas
de amores sofocados, tenues nieblas
imposibles de aprehender, limosnas.
Los ángeles nos odian por la carne,
ésa que envuelta en noche se proclama
en la ofrenda del cuerpo que se ama.