nº 57 - Diciembre 2004 • ISSN: 1578-8644
Del interés del arte por la ingenuidad
kepa murua
Sólo aquél que no pierda la mirada ingenua del niño convierte su arte en una madurez asombrosa. Pero una vez que se defina como tal, sea o no artista, el ingenuo debe encontrar su propio espacio para evitar zancadillas en la vida al igual que el artista protege su benevolencia si no quiere ser engullido por el mercado del arte. El hombre guarda en una máscara su orgullo, en su corazón frío la línea de su tiempo, y si la mayoría de los hombres felices no quieren ser artistas, los niños lo son hasta que se les dice que el arte no sirve para nada. Hacer arte y saber que sigues niño: las ganas de rebelarse con el arte que apenas deja un resquicio para este tipo de insolencias. Y aunque el juego sea como el arte, necesario en el comienzo del niño, la ingenuidad es una rasgo elemental de los artistas que quedan al margen: de los primitivos que decoran los edificios con sus toscas inscripciones, de los pintores que emplean exagerados colores con un sustrato irracional, de tantos con una mirada distinta hasta que escuchan la fatídica sentencia que dice, “¡eso lo puede hacer cualquiera”. Mas no es así, la facilidad se muestra en el arte como un estilo que subraya la personalidad del artista. El artista extiende el mundo en sus manos convirtiendo su primera ignorancia en plena sabiduría cuando vuelve a pintar en libertad, a modelar objetos con un sentido que se acerca al corazón. La razón sopesa así sus logros, con intuición y pleno conocimiento de las cosas que se hacen sin pensar. ¿A qué más puede aspirar el artista? ¿Quién no desea sentirse libre como un niño con la coraza de una madurez que reniega de la edad? ¿Qué artista no quiere dibujar con frescura, olvidarse de la gente, del motivo de su inspiración, de las líneas trazadas por la historia del arte? El hombre que vuelve sobre sus pasos después de haber saltado al abismo sabe que ésa es la experiencia que pinta el mundo con un color o esculpe la nada con una tiza. Los comienzos son golpes contra la razón exterior frente al arte que nos trata como locos o niños, pero cuando descubrimos que con el arte podemos ser libres, por lo menos, ya que no podemos ser felices del todo, la ingenuidad nos concede una madurez cuando somos conscientes que la vida no pertenece en exclusiva a los artistas maduros, sino a los hombres que nunca perdieron aquella mirada de los niños.