Como tal categoría alternativa al Clasicismo -Eugenio DOrs dixit-, el Barroco trasciende más allá del s.XVII, única visión posible del Orden subyacente -Dios o la Nada- al mundo de las apariencias, para expresar el Caos de la ilusión de lo real -iluso e ilusionista: antagonistas del modo de producción virtual- y ha de adquirir en el s. XXI la apariencia de una galaxia en expansión, espiroidal y multidimensional. Así, el Barroco prolifera de forma simultánea en el significado -cultivando campos semánticos- y en el significante -procreando familias léxicas-, hasta configurar un universo asociativo y excéntrico -cuyo centro está en todas partes y en ninguna a la vez-.
Es, pues, una estética hiperbólica -de hipérbole e hipérbola; revisitar a Sarduy- cuyas voces se van por las ramas de la exageración troncocónica, inscribiéndose en un sistema cartesiano con sus relaciones de oposición -en el eje sintagmático o eje de ordenadas: sinonimia- y/o de semejanza -en el paradigmático o de abscisas: antonimia-, en movimientos que dilatan -tropos o figuras de sustitución: metáfora; y/o de pensamiento: antítesis- o comprimen -polisemia u homonimia- el discurso, mediante una sintaxis de fusión hipotaxis/parataxis- o de fisión -oración simple-, y transmutación fónica en las isotopías de la paronomasia -o etimología popular-, que configura una constelación o archipiélago de sentido, célula madre e híbrido grotesco -volver a Bajtin-, como el Barroco colonial hispanoamericano -donde el contenido es un continente; ver Carpentier-, en una metástasis verbal que exprime-o imprime-, de forma excesiva -e incisiva-, esa plétora creativa del ser vivo como estrategia -casualidad es causalidad- que revela la ceremonia de la confusión de la incierta existencia, entre la Utopía de la abundancia del Progreso y el principio de Indeterminación postmoderna, la tensión entre sinergia artificial y entropía natural.