Hace un año, las tierras anegadas. Pantanos y ciénagas sobre el asfalto.
Hoy, la sequía, la aridez, las gentes sudorosas, sin ánimo de protestar. Pero la tierra se queja por ellas. Césped agostado, flores y arbustos mustios anhelando gotas de líquido vivificador. Lamentos de la naturaleza maltratada que busca un nuevo equilibrio entre los gases de los automóviles y el petróleo derramado.
La lluvia se niega a caer sobre el corazón de la ciudad, que ve como los márgenes del Vltava, desbordados entonces, ahora adelgazan mostrando riberas desnudas y polvorientas. Queman los adoquines de la Ciudad Vieja, la Montaña Blanca se ha tornado parda y áspera. En este día abrasador, uno de tantos de este verano inhóspito y asesino, los habitantes de Praga se refugian en las sombras de sus hogares, esperando calmados el ocaso con un anhelo en sus corazones. ¿Lloverá esta tarde?
Pero el horizonte se muestra implacable y un cielo nítidamente zarco se extiende sobre las tierras moravas y bohemias.
Tal vez mañana.