En la reciente regresión al reaganismo (a su vez, regresión al mccarthysmo) de los Estados Unidos y nuestra también reciente inmersión en él (gracias a nuestro actual presidente del gobierno) se observa una asombrosa facilidad en el paso de las explicaciones morales a las explicaciones abiertamente egoístas. Un día puede escucharse que tales y cuales acciones se han emprendido porque es justo/ bueno hacerlo, y al siguiente, o incluso en la misma conferencia de prensa, se puede atender a la explicación de que las tales y cuales acciones son resultado de la defensa de los intereses propios. Al pasar de una explicación a otra se pasa también de un modelo de mundo y de la acción humana en el que existen relaciones de solidaridad y un ideal ético realizable a uno que se asemeja sobre todo al estado de naturaleza descrito por Hobbes.
La política actual, sin embargo, no es el único ámbito en el que se realizan estas aparentemente fáciles transiciones. En las relaciones personales en general también se pasa muchas veces con facilidad del hago esto porque es lo justo a aquí todo el mundo va a lo suyo, y yo tengo que defender lo mío. No deja de ser asombroso cómo puede pasar uno, sin ponerse a llorar en el trayecto, de hablar de un modo que presupone, o implica, la existencia de una moral y unos principios de justicia a hablar como si no hubiera tal moral y viviéramos en un estado de enfrentamiento abierto los unos con los otros. Por fuerza, hemos de estar creyendo, siquiera inconscientemente, que uno de los dos modelos de mundo (moral vs hobbesiano) es falso, pero que actuar como si no lo fuera es persuasivo y beneficioso para uno mismo. En ese caso, hay un candidato claro a modelo de mundo en el que en realidad no creemos: el modelo que nos presenta un mundo con principios de justicia. Pero también puede ocurrir que ambos modelos de mundo actuen del mismo modo como pantallas que esgrimimos ante los otros, intentos de justificaciones de nuestros actos. Por así decirlo, primero intentamos vender la moto buena, y si ésta no cuela, probamos con la mala. Sin embargo, no creemos ni en la una ni en la otra: sólo intentamos librarnos de nuestra responsabilidad.