El hecho de que este autor teatral se haya convertido en un clásico, con un repertorio que aún hoy se sigue representando y cuyo valor no se cuestiona, es una consecuencia del estreno, en las últimas décadas del siglo XIX, de tres piezas que provocaron enormes escándalos:
Casa de muñecas (1879),
Espectros (1881) y
Un enemigo del pueblo (1882). El Ibsen de estas obras es un autor ya maduro, que tenía a sus espaldas una amplia producción dramática, muy olvidada hoy en día. Había nacido en Skien (Noruega) en 1828, y en 1850 había realizado una Catilina muy distinta a la de Séneca. Luego abandonó los temas clásicos para ocuparse del pasado histórico mitológico noruego.
Y es que aquellos eran años de afirmación nacionalista, que pretendían rescatar mediante el arte la historia noruega y sus tradiciones, así como fomentar el desarrollo de una lengua propia. Ibsen, en su juventud, siguió esta idea nacionalista, con obras como Dama Inger de Ostraat (1855), y más tarde se dedicó a escribir las llamadas obras no teatrales: Brand (1866) y Peer Grynt (1867). Sus obras posteriores adquieren una dramática más contemporánea: La coalición de los jóvenes (1869), Casa de muñecas o Hedda Gabler (1890). En la última etapa de su vida escribió las llamadas obras visionarias, como El constructor Solness (1892) y Cuando despertemos de entre los muertos (1899), su último drama.
Sin embargo, y a pesar de esta tendencia a la separación de las obras por parte de la crítica en distintas etapas, es innegable la existencia de temas recurrentes y comunes, como el individuo enfrentado al mundo, que a menudo supone la creación de un personaje que define su individualidad mediante la muerte. Asimismo, Ibsen plantea en sus obras una reflexión sobre el cristianismo y su función en el mundo, y analiza los cambios históricos de su época y el modo en que éstos afectan al individuo.
El tratamiento de este argumento en la obra Casa de muñecas fue, precisamente, lo que provocó el escándalo durante y mucho después de su estreno. En la obra, Nora, la protagonista, acaba huyendo de su casa, su marido y sus hijos para empezar una nueva vida. Esta idea de emancipación de la mujer, impensable en la sociedad de entonces, creó una fuerte polémica en todos los países en que se estrenó. Se trataba de un drama de intriga, formalmente tradicional, aunque de temática socialmente revulsiva, con una investigación sobre los conflictos íntimos de los personajes en relación con la sociedad de la que son víctimas: Nora es una víctima, pero también lo es su marido, Helmer, incapaz de comprender a su esposa.
Así, Ibsen intentó construir un teatro que siguiese la tradición clásica y que reflejase la intimidad de los personajes, que construyese sobre ella el conflicto dramático, siempre según la moral burguesa. Sus personajes son variantes de un tipo de hombre muy rico, muy moderno y muy finamente observado que, en realidad, no tiene un lugar entre los hombres y no sabe qué hacer con la vida. Este conflicto, tan humano, es la razón por la cual aún hoy se sigue representando a Ibsen.