Más allá - o más acá- de la Hermenéutica -desde Aristóteles a Heidegger, pasando por el idealismo alemán, el historicismo o la fenomenología, hasta llegar a Gadamer, o a Lacan, Benjamin, Foucault o Derrida-, interpretar el sentido exige sentido común -a todas las acepciones del sentido- y el viaje al origen del término, que, como en cualquier voz -si Filosofía es Filología, según reza la unamuniana y tan poco unánime sentencia-, es etimológico -tan sólo lo que tiene nombre existe-.
La percepción de la intención del emisor de su significación, de su connotación- sólo es posible, a través del texto del mensaje del significado, de la denotación-, desde la interpretación -del sentido, de la connotación- del receptor, si el sentido literal -ideológico- se reconcilia con la sensación de los cinco sentidos -sensual, sensorial, sensacional- y el sentimiento -desde el presentimiento o sexto sentido al resentimiento-, recomponiendo la unidad del sentir en la manifestación más compleja del irracionalismo poético subjetivo -ver Bousoño-, identificando la emoción de sentir con la vida -siento, luego existo-, a modo de auto/conocimiento -si no del discurso transparente como una ventana abierta a los referentes, ya que el poeta no quiere decir, dice-Paz-, siquiera sea como una formalista vidriera rusa en la cual el intérprete se entrevé a sí mismo, reconstruyéndose a sí mismo a través del espejo cuarteado: rompamos una lanza a favor de la teoría de la recepción- del mundo sensible -desde el amor inteligente o la inteligencia emocional al Amor en todos los sentidos-, sin perder el sentido, ni siquiera en el sinsentido -pese a parecer un contrasentido-, pensando el sentimiento y/o sintiendo con Unamuno- el pensamiento, y reintegrando la razón al corazón en su doble -o múltiple- sentido.
Y a cualquier disidente cualquier Otro- de la interpretación vitalista del sentido en este sentido, nuestra única respuesta posible es: Lo siento, pero no lo consiento