La piel de las palabras es de una suavidad extraña que traiciona al poeta cuando pierde el sentido de su existencia. Hay días que el poeta se siente eufórico y abandona su disciplina. Días que se ve feliz y no recuerda penurias cercanas. Momentos que olvida su austeridad y se cree diferente al resto de los mortales. El poeta tiene sus miserias, su vanidad y su locura que debe asumir como un rasgo inevitable de su existencia si quiere continuar vivo en el abismo de las palabras. Días que se cree inteligente, días que su sensibilidad le traiciona. Conversaciones donde se ve brillante, ideas que le asaltan como monstruos frenéticos tras una muchedumbre que abre sus ojos ante lo que se les viene encima. El poeta siente el temor de la vida como la belleza de las cosas, el amor como el dolor de sus semejantes. Mas cuando olvida aparece el orgullo disfrazado de buenas intenciones, la reivindicación de todas sus miserias por aquello que sus semejantes no han podido o querido entender como un rasgo de su locura. El poeta que se cree el elegido, el más lúcido, el más osado, el diferente. El más idiota de todos los hombres.
|