En la segunda parte de La ciudad de la niebla ( 1909), Pío Baroja sorprende a sus lectoras y lectores con unas reflexiones acerca del libro que están leyendo, para terminar anunciando que ha decidido tomar la pluma de su heroína y convertir lo que era un relato en primera persona en otro, escrito desde la tercera persona. Parece así que Baroja se hiciera eco de las teorías del formalista ruso Viktor Schkolovsky, quien pretendía que, con técnicas similares, se conseguía el efecto de extrañamiento ( ostranenie), una de las claves para la supuesta renovación de la literatura contemporánea. La cronología desmiente esta posible influencia , pues las teorías de Schkolovsky son una década posteriores a la redacción de la novela mencionada, pero, en cualquier caso, con el ejemplo apuntado, queda un tanto en entredicho el cacareado carácter decimonónico de la narrativa barojiana.
Se han dicho y escrito muchas cosas sobre Pío Baroja. Por ejemplo que era un misógino redomado o que participaba de doctrinas racistas. Más allá de la incorrección o incomprensión de estas afirmaciones, basadas , por lo general, en citas manipuladas y descontextualizadas como ocurre cuando se rememora a Nietzsche o a Schopenhauer, dos filósofos, por cierto, a quienes admiraba mucho el novelista -, pocos ( y , entre ellos, el escritor Miguel Sánchez-Ostiz ) se han percatado, en la teoría y en la práctica , de la potencia de su escritura.
Una potencia que le hizo hacer lo que después inspiró a otros ( por ejemplo, a Hemingway) y que se cimentaba en comenzar a escribir por donde le viniera en gana, terminar de la misma manera , cambiar sin previo aviso el punto de vista, e incluir, ad libitum, diálogos intensos o descripciones varias de paisajes y paisanajes.
Algunos han visto en este hacer una indolencia y desaliño que le impidió llegar a ser un Proust, un Joyce o un Thomas Mann, pero, todavía hoy, en tantos ámbitos en los que la escritura se mantiene ligada a las normas rígidas de la literatura sancionada por parte de la crítica y el profesorado , resulta para algunos irritante la obra de este vasco-madrileño que quiso ser un escritor sin veleidades literarias.
Quizá por eso, casi nadie se acuerda de él , y menos aún quienes a fuerza de leer y no vivir, han perdido la noción de la realidad ( La vida es ansí, 1912) y desean hacer de la vida literaria la vida misma, a pesar de que, en el fondo de sus corazones, no le perdonan al primer solterón de Itzea que , en su momento, vendiera más ejemplares de uno cualquiera de sus libros que todas las novedades juntas que inundan las librerías en un par de años.