La primera noticia que tuve de
Edward Said fue gracias al prólogo que
Juan Goytisolo, otro pájaro que ensucia su propio nido, en acertada expresión de
Günther Grass, adjuntó a la traducción de Orientalismo en la excelente editorial Libertarias. Hubieron de pasar varios años hasta que me reencontrase con uno de los pocos escritores que aún hoy me resultan estimulantes.
Las inciertos caminos por los que la vida nos conduce, además de depararnos alguna sorpresa, pueden resultar insospechadamente fértiles. Es el caso de Said, Palestino que ha vivido en distintos países, y que estudió en la Universidad de Columbia, donde más tarde ha sido un profesor respetado e influyente, algo que no es de extrañar si se echa un vistazo a la descomunal obra que a lo largo de los años ha ido forjando, descomunal en cantidad, inteligencia, gusto, variedad y radicalismo. Porque Said no ha sido como el común de los profesores universitarios, no se ha encerrado en el mundo académico, ni ha continuado la tradición de verdades recibidas y que él tendría que haber transmitido. Una fina sensibilidad que se manifiestaba en su pasión por la música además de por la literatura le llevó a percatarse de las fallas e incongruencias en el estudio de la literatura, centrada en la exclusiva lectura literal y falsamente pura de unas obras de las que el alumno nada sabía que no fuera lo que el autor escribió. En sus innumerables libros y artículos, Cultura e imperialismo, Orientalismo, Reflections on Exile, fue señalando las trampas de la asepsia crítica, así como el entronque mundano de la literatura. Esta es expresión de unos afanes singulares y reflejo artístico de una sociedad con sus sombras, contradicciones y grandezas. Al mismo tiempo, fustigó a aquellos estudiantes de literatura que, armados con un bagaje teórico razonable, en el haber de sus lecturas se contaban poco más de cuatro novelas y tres poesías. (La decadencia de la actividad civilizatoria que es la lectura no se circunscribe a España y su funesto sistema educativo.)
No es de extrañar entonces su intervención en los debates sociales más candentes, siempre desde las páginas de lo periódicos y desde el estrado del conferenciante. La tarea del intelectual es la de hablar a la ciudadanía con el propósito de que esta construya un molde social de convivencia que supere los prejuicios sociales, nacionales, lingüísticos y biográficos. En suma, se trata de la vieja aspiración a unas normas éticas universales que mejoren la vida de las personas mientras estamos en la tierra. La tarea se antoja, además de titánica, casi imposible, pues un vistazo a lo que nos rodea es más que suficiente para que nos percatemos de cuán lejos estamos del ideal enunciado. Así las cosas, el intelectual ha de ser un personaje incómodo, el intempestivo nietzscheano, que se atreve a decir a las claras que el mundo que hemos construido no es el mejor, e incluso que en algunos casos es bastante siniestro.
Edward Said, escritor sus memorias son una extraordinaria y grata lectura y algunos de sus ensayos son muy superiores a lo que supuestos escritores, de renombre para más inri, han perpetrado ; intelectual comprometido y disidente hasta tal punto que el vicepresidente de los Estados Unidos lllegó a acusarlo de manera absurda, a él y a otros cuantos, de antipatriota; profesor de literatura en una de las más prestigiosas universidades; ensayista de prosa musical y dicción clara; músico también, fue una de esas figuras polémicas, atractivas, y necesarias, pues su voz y su escritura nunca fueron la expresión de un capricho personal idea que tantos escritorcillos sostienen sino la voz honesta, recia, atenta y discreta que habla de aquello que una sociedad cada vez más inhumana se dedica a esconder. Quizá sea esa la razón por la que cada vez le costase más encontrar abrigo en unas publicaciones que no gustan de la independencia y el rigor en la búsqueda de la verdad, y prefieren acoger entre sus páginas a aquellos que son como el loro de Flaubert.