Las mujeres siguen hablando de sexo. Sin tapujos, con desenfreno. Con una intención claramente provocadora. Las mujeres ya conocemos los libros de Catherine Millet, Valérie Tasso, Isabel Pisano
.- siguen hablando de sexo y ahora lo hacen con una excitante mezcla de basteza e inocencia. Exhiben sus encuentros con pelos y señales líquidas a cualquiera que decida hojear sus novelas en cualquier librería de cualquier ciudad (aunque no de cualquier país), pero a la vez mantienen un tono de intimidad, de delicadeza, como si lo que estuvieran narrando fuera el secreto que cuentan a una amiga. La estrategia funciona: la mezcla de sexo con la ficticia sensación de espionaje o voyeurismo que envuelve al lector engancha casi siempre. Y por ello estos libros suelen alcanzar envidiables puestos en las listas de ventas. Pero el caso es que las mujeres siguen hablando de sexo o, mejor que hablando, escribiendo de sexo. Y esta vez es Sarah quien nos cuenta sus experiencias.
Sarah es el pseudónimo con el que una supuesta joven francesa de veinte años, Licenciada en Filosofía y estudiante del Instituto de Ciencias Políticas en París- presenta El goce supremo, un libro en el que -en teoría autobiográficamente- cuenta su continua búsqueda del orgasmo desde la ingenuidad de su virginidad hasta el momento en el que, tras muchas experiencias y dedicación, encuentra un amor verdadero. En este proceso, la autora consigue construirse una visión personal de lo que son el sexo y los hombres, y aprovecha la narración para intercalar -entre encuentro y encuentro, incluso en los momentos en los que se está celebrando un encuentro- reflexiones -quizás no muy profundas ni reveladoras pero al menos curiosas- sobre la vida o sobre lo primero que se le pasa por la cabeza. Así, las dos últimas páginas del libro a modo de colofón, o explicación final de su obra- Sarah las utiliza con un tono notablemente diferente al del resto de la novela- para dar una especie de lección moral o filosófica: En este mundo pródigo en violencia y malentendidos, me mostraré abierta y dispuesta a entregarme por el placer de construir una parcela de felicidad. ¿No es eso preferible a tantas atrocidades cometidas y toleradas en nombre de innumerables locuras humanas? [
] Sin embargo, no hay perversidad alguna en mí. Sencillamente me niego a representar papeles que ciertos hipócritas moralistas han establecido a través de los tiempos. El placer es, para mí, venerable. La violencia sí que me parece pornográfica.
El sexo se masca en cada capítulo, en cada página de esta novela. Sarah quizás recurre demasiado a los lugares comunes de este género sexo oral, sexo con dos hombres, sexo en un velero, la tensión de ser sorprendidos, la fantasía de ser forzada
- pero lo hace bien. Hay sensualidad, juego de intensidades, provocación y sugerencia en su escritura. Y, por qué no decirlo, impacta oír a una mujer -y tan joven- hablar así de su sexualidad. Sin embrago, el libro consigue poco más que despertar la libido, lo que no es mucho teniendo en cuenta que hoy en día cualquier anuncio en las marquesinas de las paradas de autobuses consigue levantar la libido del viandante más recatado.
El problema de El goce supremo es que, después de varios libros ya de este tipo publicados en los últimos años, esta moda de algunas mujeres de hablar sobre sexo casi parece una competición de escritoras por ver quién de ellas es la más promiscua, la más liberal o desacomplejada. Y es que detrás de muchas de las experiencias que narran no hay nada o poco- más que puro sexo, y la buena literatura requiere otros elementos. Por eso, cabe pensar que ésta es la esencia de sus propuestas, que éste es el mensaje que quieren dar. ¿Por qué, a pesar de que se supone que los años sesenta ya están superados, perduran los tapujos y los tabúes y las mujeres tiene que seguir siendo chicas buenas? ¿Por qué no puede la mujer desear el sexo por el sexo, algo que, por otro lado, en el hombre se da por sentado? Parece que con ésta y otras autoras- ha llegado una nueva ola de liberación sexual femenina en la literatura que también se da en otras artes. Las modas son siempre bastante poco enriquecedoras e incluso irritantes pero quizás este libro sea una señal más de que algunas mujeres están hartas de tener que encorsetar su deseo sexual, de tener que disfrazarlo con sentimientos más o menos amorosos que lo justifiquen y de no poder expresarlo con toda la contundencia y brutalidad, con toda la naturalidad con la que este impulso corre por las venas de los seres humanos. De todas formas, éstas no son más que elucubraciones y sería mejor preguntárselo a ellas.
Sarah, con todos sus encuentros, consigue superar su ingenuidad sexual. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de su ingenuidad literaria. No es que el libro esté mal escrito, ni mucho menos, pero de ahí a que se pueda considerar una obra literaria importante hay un trecho. De todas formas, supongo que tampoco era ésta la intención de la autora. Por eso, de El goce supremo se puede decir lo mismo que de otros libros anteriores de esta reciente tendencia de algunas mujeres de narrar su sexualidad: están bien como documentos sociales o como señales de las nuevas tendencias pero literariamente son prescindibles. En el fondo como la inmensa mayoría de las novedades editoriales.
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