Es la canción de todos años. La vuelta a la normalidad, tras las vacaciones A los profesores interinos se nos asigna un destino llámese vacante, sustitución- según la suerte de cada cual. Ya no hay marcha atrás. Los alumnos advierten enseguida tu inseguridad porque no sabes cuánto tiempo vas a permanecer en el centro, y por lo tanto no valoran tu trabajo de la misma manera que si fueses su profesor titular. El profesor se siente desorientado: continuos cambios de horarios, continuos cambios de centro. Cada instituto asume unas normas internas diferentes que deben respetarse; pero por muy intruso que uno se sienta la vuelta al trabajo supone un estímulo, esa responsabilidad diaria que nos obliga a superarnos. Enterramos los nombres anteriores, con pesar, no sin saber que éstos nos han proporcionado una experiencia. Tanto lo positivo como lo negativo nos sirve para hacer propósito de enmienda.
Nuestra primera responsabilidad como profesores, una vez asignados los cursos y los niveles, es conocer a nuestros nuevos alumnos: descubrir no sólo cuál es el nivel del que parten, sino cuáles son sus peculiaridades. De nada sirve que apliquemos unos métodos de trabajo estándares, que repetimos una y otra vez como si fuesen fórmulas infalibles. Los alumnos se muestran reacios cuando pretendemos obligarles a estudiar de forma metódica unos contenidos que no entienden. No sirve de nada procuro aclararles- repetir una y otra lo que no entendemos y mucho menos pretender memorizarlo con pelos y señales. ¿De qué nos sirve por ejemplo- estudiar los rasgos del lenguaje periodístico si somos incapaces de asumir una determinada postura cuando leemos una noticia? ¿ Para qué sirve la lengua, la literatura si luego mostramos una inseguridad innata que nos impide mostrar nuestras opiniones de forma coherente?. ¿Estaremos en lo cierto aquellos profesores que no supeditamos la enseñanza de nuestros alumnos al aprendizaje memorístico de unos contenidos? Nosotros intentamos, en primer lugar, crear un clima de confianza que facilite el aprendizaje, que nos asegure que nuestros alumnos se sienten partícipes. Ellos reconocen que nos tomamos en serio nuestro trabajo cuando permitimos que participen en nuestras clases. Cuando les instamos a que se levanten, lean un texto sin pretender únicamente corregir su dicción, sino respetando su primera lectura para después si se da el caso- enmendar sus errores. Cuando dejamos que decidan o al menos planteen qué lecturas, películas o actividades extraescolares se adecuan más a sus intereses estamos agilizando nuestra labor: textos con los que ellos se sienten familiarizados, fragmentos de canciones, debates que pongan sobre el tapete sus inquietudes y les permitan opinar.¡Respeto mutuo¡. Respeto al profesor, pero también: respeto al compañero cuya dificultad a la hora de leer un texto es evidente, respeto hacia el que tiene un miedo atroz a levantar la mano y preguntar al profesor lo que no entiende, respeto al que tiene dificultades para relacionarse con sus compañeros...
Todos los años me hago el mismo propósito: cada nuevo instituto, supone un reto. Un propósito de enmienda que pasa en primer lugar por mi misma: porque nadie tenemos el conocimiento supremo. Si bien es verdad que nosotros somos los guías, quienes debemos indicar el camino: son ellos una y otra vez los que enmiendan o asumen nuestras propuestas.
Una vez terminado el contrato nuestro deber es evaluar nuestro trabajo. No caigamos en el error de implicar sólo al alumno en el balance. Impliquémonos también nosotros. Reconozcamos nuestro errores, si los ha habido, y volvamos una y otra vez al trabajo. Porque quien sabe a dónde iremos, cuál será nuestro próximo destino.. Quizá no todo sean sinsabores. También tiene es lógico el optimismo. Subimos cada peldaño de la escalera de nuestro destino con una cierta incertidumbre.. Siempre depende de ellos, pero también de cómo asumamos el nuevo reto. Al fin y al cabo la enseñanza es un proceso reversible: implica a los alumnos, a los padres, y por supuesto, también a cada uno de nosotros.