El otoño y sus símbolos. Esas hojas desahuciadas que nos recuerdan obviedades mal digeridas. Noviembre tiene las tumbas en armas apuntando al invierno. Una guadaña nos estigmatiza el calendario a la altura de los Fieles Difuntos y ya no sabemos a dónde mirar para escapar a la presencia rotunda de la muerte.
Todo sería más llevadero si, además, no nos estorbaran esos otros muertos que no descansan bajo la paz de ningún silencio. Los peces muertos, dice el viejo adagio anarquista ,nadan a favor de la corriente y, a medida que las corrientes se multiplican, los peces muertos se nos atragantan a quienes apostamos por un individualismo iconoclasta en la medida de lo imposible.
El botón de muestra. La joven presentadora de las noticias luce un peinado alcachofero que arruina su belleza de heraldo de desastres. Un peinado cómico si no fuera...moderno. Pero nuestros criterios personales son arrollados por las olas nuevas o retronuevas sin que nadie se permita poner en práctica el sano ejercicio de pensar en singular. Si preguntamos por qué la presentadora lleva ese ridículo aliño capilar nos mirarán con el recelo propio del que abomina del diferente. Porque está de moda. Y asunto zanjado.
Así, porque está de moda, repetimos peinados, ideas, errores, siluetas, prácticas sexuales y aficiones absurdas, que no sabemos que odiamos, para no salirnos de la foto donde componemos un Warhol monocromo. Alguien dijo que al nacer cada ser humano es un original y al morir una copia.
En algún noviembre postrero, con sus tumbas en armas, todas las copias se encontrarán, al fin, reunidas nadando en su medio. Peces muertos en el río final que les hará, ya sin esfuerzo, definitivamente iguales.