Palabras tiene el arte cargadas de poesía. Palabras para explicarse, para dudar. Palabras para incluir en sus cuadros y esculturas, palabras para mantener la atención en sus exposiciones. La palabra como signo y jeroglífico que trasciende su propio significado. El arte necesita de las letras, las palabras forman un diálogo permanente entre el artista y el espectador. Palabras huecas que cuelgan en la nada. Palabras repetidas que desgastan lo que pretenden. Palabras en desuso que congelan la memoria del hombre. Palabras que son decoración y rutina, palabras intermitentes en el cerebro del hombre cuando muestra a sus semejantes lo que es el arte ante la vida. Palabras que nos representan, nombres de la vida en sociedad, nombres del arte, términos que definen un mapa confuso donde el artista pretende fijar nuestra atención mediante matices diferentes. Pero la palabra final recurre a la poesía para explicarse. No sirven las palabras taxativas, no sirve el lenitivo, no sirve el imperativo para explicar el arte. Sirve el lirismo que lo abarca todo. Cuando el arte muere renace con la poesía. Con su contemplación la poesía medita con el entorno. Con su evolución habla de la vida. Con suavidad lo llena todo. Porque el arte no puede con las palabras que lo destrozan todo, la poesía le alcanza en su intemperie.
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