Después de la meganovela
Las correcciones, que revolucionó el panorama literario mundial hace un año y que, por cierto, fue reseñada en Luke-, aparece ahora la recopilación de artículos
Cómo estar solo, de
Jonathan Franzen. Hablar de este libro es casi como tener que escoger un grano de arena de entre todo el desierto, o al menos de entre una ancha playa. Y es que Franzen lo mismo habla del Alzheimer como del sistema de correos en Chicago, de la situación de la novela a finales del siglo XX o de los libros populares sobre sexo. De igual manera, en sus páginas hace referencia desde a las cartas que le enviaba su madre hablándole de la enfermedad de su padre hasta a Oprah Winfrey, a Don DeLillo o a Nicholas Negroponte. Por esto, el abanico de posibilidades sobre el que escoger a la hora de comentar su libro es tan amplio que lo mejor que se puede hacer es simplemente recomendarlo y dejar que cada lector elabore su propia opinión. En cualquier caso, se pueden dar algunas pistas.
Como estar solo está formado por trece artículos que Franzen escribió para la prensa entre 1994 y 2001. Uno de los aspectos más interesantes de estos textos es que en la mayoría de ellos Franzen toma una posición considerablemente próxima al lector y habla de su intimidad de su carácter depresivo, de su pasión por el tabaco, del Alzheimer de su padre
- extensamente y en un tono sincero que permite entrar en la esencia de su forma de pensar (lo que no está mal teniendo en cuenta que está considerado como uno de los veinte autores capitales del siglo XXI, según uno de esos absurdos rankings de las grandes publicaciones norteamericanas). Sin embargo, a pesar de esta potente intimidad que exhiben, los artículos de Cómo estar solo no son un diario. Porque los temas que tratan son de interés público y van más allá de un mero ejercicio de narcisismo.
Franzen está obsesionado por el papel actual del escritor de ficciones. Con una visión bastante romántica de la literatura, todo lo que suena a tecnología y televisión le produce cierto malestar con el que lidia a veces rechazándolo y otras veces aproximándose cautelosamente y con humor- a él. Según Franzen, el escritor hoy es una especie de ciudadano obsoleto en medio de una sociedad que prefiere el consuelo de los potentes narcóticos que la tecnología ofrece en forma de televisión, cultura pop y artilugios innumerables, aun cuando tales narcóticos sean adictivos y a la larga no hagan más que empeorar los problemas de la sociedad antes que enfrentarse a los misterios y las conductas de la vida que han sido, tradicionalmente, el sustento de la literatura. Por eso, un Franzen abatido se pregunta: ¿por qué me tomo la molestia de escribir estos libros?. ¿Quién me manda a mí, que me siento enfermo, ofrecer uno?
A pesar de sus crisis, Franzen escribe. Y vive en cierta precariedad (otro tema que le preocupa). Nos habla de la vieja televisión que le regalaron y que nunca funciona. De su teléfono rotatorio. De los ruidos del disco duro de su obsoleto ordenador y de cómo reparar sucios muebles abandonados en la calle. Su cruzada por ser un escritor serio le exige pasar por la escasez. Y, sin embargo, a pesar de que se esfuerza por escribir algo importante, algo que logre influir en la cultura y conectar lo personal y lo social, no encuentra más que colapso, depresión y sin sentido. Hasta que lisa y llanamente, desistí. Por mucho que me costara, no quería ser infeliz más tiempo. Y en consecuencia dejé de intentar ser un escritor con E mayúscula.
Hoy Franzen ya es uno de los veinte. Y lo curioso es que, lo quiera o no, ahora representa en parte el tradicional sueño de la sociedad americana que tanto critica -¿por qué, si no, había sido seleccionado para el Club del Libro televisado de Oprah Winfrey?- y se ha convertido en un self-made man que hace que todos sus actos, incluso los anteriores a ser un escritor de éxito, deban ser reconsiderados. Porque, mientras leemos esas páginas escritas cuando su vida parecía algo incierto y hasta triste, todos sabemos que unos pocos años después, una vez decidido a no ser un Escritor con mayúscula, vendería toneladas de ejemplares de su siguiente novela. Y esto distorsiona en parte la recepción de estos artículos y obliga a preguntarse si el libro, independientemente de la situación actual de su autor, merece la pena. Pero no hay que asustarse. Afortunadamente, esta vez el escritor que los grandes medios y las editoriales nos proponen e imponen-, convence.