Antes, vida y trabajo en la ciudad. Ahora, el trabajo en la ciudad y la vida, fuera de ella.
Ellos dos han escogido dónde vivir, en qué rincón de su provincia, a qué distancia de la capital, unos 10 kilómetros, no creo que sea más. Con la ciudad mantienen una relación mínima. Se aprovechan de ella y no permiten que suceda al revés. Como premio, a diario se empapan de naturaleza. Montaña, piedras, paseos imitando a las cabras monteses, aprendizaje de especies vegetales y animales. Construcción de la propia casa. Elección de arquitectura, materiales y estilo. Adaptación de objetos disponibles: una antigua puerta la convierten en mesa de comedor, unas verjas que rezumaban orín y que acaban de pintar las colocan en unas ventanas que, como ellas ahora, son nuevas. Rescate de viejos tesoros que incorporan a su entorno: botella de cristal de una bebida gaseosa determinada con el tapón característico que todos recordamos y que ya no vemos fuera de nuestra memoria. El sol y la luna como guías del ciclo vital. Tradición. Juegos frente al fuego de la chimenea. Deportes como lo que ellos llaman piedring, en el que la tierra y las piedras absorben el cuerpo humano desde los pies hasta a veces la mitad de las piernas. Progresión según los propios esfuerzos y posibilidades. Distancia física y emocional que los aleja voluntariamente de la rutina. Trabajo en el campo: huerta, recogida de la aceituna, dentro de poco montaje de una valla que delimitará su espacio. Posibles perspectivas de desarrollar actividades complementarias que a lo mejor llegan a convertirse en su medio de vida. Adecuación de los sueños a la realidad. Con calma. Con tiempo para hacer y sentir. Sin quererlo todo para ya. Tiempo para reflexionar y esperar. Ausencia de tiempo medido. Actuando en sentido contrario al que sigue Rico en Los lunes al sol, cuando Amador le pregunta por el tiempo: Pues el tiempo. ¿Qué tiempo va a ser? El único que hay... Ausencia de tiempo entregado al trabajo más allá de lo imprescindible: ellos dos venden sus horas de ocho de la mañana a tres de la tarde, luego cierran la tienda y se quedan con todo lo demás. Decisión de no restarle tiempo a la vida libremente elegida, y firme empeño en no darle ni un minuto más a la obligada. Imbricación con la naturaleza, con lo natural. Deseo de compartir, de mostrar y contagiar. Y ansias de disfrutar. Una vida y un modo de sentirla que les permiten recibir a Reyes, la gata que se acercó a su casa a principios de año buscando cobijo, y que a los tres meses los ha convertido a ellos en testigos del nacimiento de su camada y en amantes cuidadores de madre e hijos.
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