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Paseos desde Praga
elena buixaderas
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En la isla Strelecky, isla de castaños bajo el puente de la legión, isla de disparos y batallas sofocados el el transcurso del tiempo. Desde aquí se contemplan las aguas del Vltava confluir en su extremo caminando hacia el norte a través de sus diques y cascadas. Algunos cisnes se acercan en un deslizarse lento y perezoso. Estos castaños eran diferentes, más grandes y frondosos. Ahora muestran las cicatrices del paso de las anegadoras aguas, algunos también murieron. Desde aquí se puede admirar una de las panorámicas más bellas de la ciudad, el puente de Carlos, Kampa y la colina de Hradcany con la catedral de San Vito presidiendo una de las estampas más fotografiadas de Europa. De tan hermoso tiende a lo cursi, a lo kitsch, especialmente en esos espectaculares atardeceres en que el cielo se tiñe de púrpura y rojo. Una postal utilizada una y mil veces con propósitos publicitarios, como reclamo turístico. La belleza de esta ciudad utilizada, manoseada, manipulada, desvirtuada. Atrae a tantos turistas que los mismos pragueses renuncian horrorizados a ciertos rincones que les han pertenecido desde hace siglos por derecho propio. Asistir a otro atardecer sentado en esta isla con los ojos empañados es un privilegio. ¿Cómo es posible que esta imagen pueda a veces resultar hortera? ¿A qué a llegado el ser humano que manipula la belleza hasta hacerla aparecer ridícula? Contemplar la silueta de unos pináculos góticos contra el horizonte en llamas debería sobrecogernos porque lo realmente hermoso nunca puede ser cursi, tan sólo el uso que de ello se hace como señuelo. Hay que pertenecer a Praga para respirar sus atardeceres e impregnarse de la luz crepuscular que ya apenas reflejan sus edificios y monumentos. Aquí, en esta isla, uno se inclina ante su majestad, ante su historia, y ella extiende su mano compasiva y benevolente, enjuga lágrimas y almas, acogiendo en su seno habitantes descarriados, confusos. |
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