Esta guerra ha roto la armonía que algunos buscamos tan obstinadamente en pequeños lugares, en escurridizos afectos, en nimias emociones, en livianos pensamientos.
El sosiego no tiene cabida frente a los escenarios de esta guerra.
Pero la primavera, sin detenerse ante tanto horror, irrumpe con flores amarillas de aulagas, blancas de espino albar, moradas de violeta.
Sentada en medio de un monte, bajo como vuelo de urraca, me intento acunar con el viento suave y el olor dorado del tomillo.
Pretendo, así, huir de la disarmonia y la barbarie de este mundo construido por los humanos.
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