Ciertas costumbres se hacen tan personales que marcan el desarrollo de nuestros actos. Conocí a una mujer que usaba como coletilla la frase Una costumbre se quita con otra costumbre. Había en ella cierta tendencia a las frases lapidarias, ésas que sirven para dar por finalizada cualquier conversación. Algunas de sus sentencias tenían el sarcasmo de quien se sabe capaz de herir con la palabra. Otras sin embargo no eran más que la demostración evidente de que funcionamos por ritos y que nos aferramos a ellos para no caer en el desánimo o en la inseguridad. En mi caso, he mantenido desde mi tierna infancia la costumbre de volcarme hacia las salas de cine una vez por semana como una manera de escapar de la realidad. Observar otras vidas a través de la mirada de creadores dotados de una magia especial. Hay fechas más proclives a ello, quizás porque son días cercanos a la reflexión o porque el pasado las ha marcado con su huella y recuerdo.
Mi relación con la Semana Santa pasa por el cine. Vi Todos dicen I love you, de Woody Allen, un jueves santo en un cine vacío de una ciudad de vac-aciones. Fui solo y al entrar existía cierto desasosiego personal motivado seguramente por la soledad o la ausencia de público en la sala. Al salir, sin embargo, mi rostro aparecía iluminado por una sonrisa (estúpida vista desde fuera) y de mi boca surgía el breve estribillo de una de sus canciones: Just me, just you. Mantuve esa sonrisa toda la tarde, aunque las procesiones rompieran la calle con su ensordecedor estruendo o aunque siguiera sometido al miedo que siempre me han provocado los hombres encapuchados. Incluso me permití la licencia de malgastar el resto de la tarde siguiendo el paso de las cofradías. Así hasta que se hizo la noche.
Todos los años por Semana Santa me encierro a ver la reposición de Ben-Hur. Es mi pequeña aportación al rito de la muerte y resurrección que toca celebrar por estas fechas. Ben-Hur sigue siendo una película mítica, una superproducción excelsa realizada cuando en Hollywood tenían claro el valor de lo que se rodaba. Algunos críticos aún pretenden comparar el hundimiento del Titanic con este via crucis personal de Judah Ben-Hur (un Charlton Heston grandioso). La presencia de Ben-Hur en televisión me trae recuerdos de reuniones familiares en torno a un fuego y a una mesa, o de llamadas a misa el Domingo de Resurrección. Cualquier segundo de la archiconocida carrera de cuádrigas filmada por William Wyler vale más que todo el derroche de medios tecnológicos empleado por el rey del mundo Cameron.
Ciertas obras deberían poder revisarse cada cierto tiempo en pantalla grande, para valorar en su justa medida la grandiosidad de las imágenes. Algunos nos conformamos con oscurecer el salón y dejarnos envolver por la presencia de personajes redondos, bien narrados y mejor interpretados. Sin estas horas aislado frente al televisor, la pasión de Cristo perdería su componente más vívido y la Semana Santa sólo sería una fecha para intentar olvidar.
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