En París, la década de los ochenta supuso en cierto modo la despedida de una época: el círculo de las vanguardias, el existencialismo, el Nouveau Roman y el chic se cerraba, simplemente por una cuestión de tiempo. Las generaciones se renovaban, y en los años ochenta fallecía la práctica totalidad de escritores y artistas que habían hecho de París el centro cultural europeo del siglo XX.
En 1988 murió René Char a causa de un infarto a los 81 años, uno de los poetas más longevos de su generación. Había llegado a ser el gran exponente literario de la capital francesa durante el último tercio de su vida, un poeta esencialmente ligado al ambiente parisino...lo cual le valió no pocas críticas de los mismos franceses, que lo veían como un snob que contribuía al ensalzamiento de su propio mito mediante la fascinación fácil de los universitarios ávidos de hermetismo vanguardista. Y es que, hasta el final de su vida, René Char mantuvo ese carácter fuerte y agresivo que le valió tantos amigos como enemigos desde que empezó a publicar sus primeros poemas y a participar activamente en la vida social, política y cultural de su país.
Había nacido en lIsle-sur-la-Sorge, un pueblecito encantador de la Provenza francesa. El sol, el paisaje y la fauna de la tierra que exploró desde niño quedarían definitivamente grabados en su memoria e inspirarían su poesía, especialmente en su primera etapa, donde este recuerdo (nunca nostalgia ni dolor) de la tierra sirve de contrapunto a la experiencia más amarga de su vida: la muerte del padre en 1918. Los libros Les cloches sur le coeur (1928), Arsenal (1929) y Tombeau des secrets (1930) foeman esta primera etapa que reflexiona acerca del duelo y lo supera: la muerte da fuerza a la vida, fertiliza el futuro. El poeta siente una gran energía creativa que no canalizará con los surrealistas, a los que se adhiere en 1929 para abandonar en 1934 con la publicación de Marteau sans maître. Ahí recupera su independencia y traza ya lo que serán los rasgos fundamentales de su poesía. Una brutalidad que se hace física, severa, palabra de tormenta que evoca la violencia primigenia. Para Char, escribir es reconocer esa violencia elemental que recorre la materia y nos habita hasta lo más profundo de nuestro ser. Violencia de espíritu y de cuerpo, razón que no controla sus excesos, imaginación que puede conducir al delirio.
Y de ese modo demuestra Char su ética de vida: luchando de verdad por aquello que cree importante. Primero, expresando su angustia frente a la amenaza del fascismo en Placard pour un chemin des écoliers (1938), donde compara su infancia protegida con el martirio de los niños españoles, y Dehors la nuit est gouvernée (1938), momento en que los monstruos ya gobiernan. En 1941 se une a la Resistencia y se convierte en el capitán Alexandre, jefe del frente de Alsacia, cuya experiencia relatará en Feuillets dHypnos (1946).
En la década de los sesenta, Char muestra ya la escritura violenta que lo caracterizará, con la elección de imágenes fundada en asociaciones de palabras contradictorias o aparentemente incompatibles, de ahí el carácter explosivo y enérgico de sus poemas. Es una violencia que alimenta la vida, enraizada directamente en la tradición clásica, sobre todo en los presocráticos, cuya filosofía está llena de destellos poéticos. El rayo gobierna el universo es un aforismo griego que define perfectamente la sabiduría poética de Char.
Esta inmersión en los clásicos le valió el título de poeta más moderno de su generación y un privilegio que muy pocos autores franceses han tenido: ver publicadas en vida sus obras completas en La Pléiade.
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