En una de las marchas convocadas contra la Guerra este pasado mes de Febrero en España un manifestante exhibía, solo, circunspecto e inmutable, entre el flamear de un mar de banderas tricolores lo que podría hacer creer a cualquier norteamericano feliz e indocumentado que se hallaba en la III República Española-, una pancarta que rezaba la escueta leyenda Sí a Sadam, instantánea que revela el carrete negativo de tanto No a la Guerra, la otra cara de la moneda -que de mano en mano va y ninguno se la queda-.
Y es que, si bien es verdad que el tío Sam -tío político, claro- pretende reconstituir un nuevo orden geopolítico mundial, beberse el crudo subyacente so capa geológica centro-asiática y marcar su impronta en un continente acorralado por potencias atómicas, no es menos cierto que resulta sospechoso el fatal alineamiento por activa o por pasiva- de la izquierda anti-globalización, el izquierdismo esa enfermedad infantil del Comunismo, en palabras del pope Putin, digo, Lenin- y el pacifismo auténtico o de conveniencia, con las causas más detestables de la Tierra ya sea el nacionalismo étnico, ya sea la Guerra Santa del Islam, ya las dictaduras del estalinismo recalcitrante y residual-. E inquietante.
¿QUÉ HARÍAS TÚ EN UN ATAQUE PREVENTIVO DE LOS U.S.?
Es cierto que las fantasías animadas norteamericanas desde Bush Bunny al vendedor de juguetes bélicos- Colin Powell- nada tienen que envidiar a las del califa de Bagdad, y que confunden los bajos ideales con los altos instintos, que su discurso es la expresión del encefalograma plano, pero no es menos cierto que hay una propensión casi morbosa en la progresía occidental acaso por tics contagiados durante la larga marcha hacia una sociedad sin clases por los compañeros de viaje- a suscribir cualquier manifestación de totalitarismo, ya coreando al régimen de Corea del Norte, ya aplaudiendo a la dictadura incubada en Cuba durante una larga cuarentena, ya jaleando la chapa del subconsciente digo, subcomandante- Marcos en Chiapas, ya como en el caso que nos okupa- con el papel de muladíes o quintacolumnistas -¿o quintacomunistas?- de una Yihad Islámica que reencarna a tantos progres irreciclable en los sadamitas o los adamitas, por traer a la memoria aquella candorosa herejía del Cristianismo conocida también con el nombre de anabaptista-, y que mirando a la Meca desde un anti-judaísmo convicto y confeso-, reniegan de tal bautismo de fuego concedámosles el beneficio de la culpa-, acusan con inocencia bautismal a los arcángeles del Eje del Bien de promover una guerra contra la población civil, invocan desde el ecumenismo comunista la defensa de los parias de la tierra, y desde el cándido naturismo antiglobalizador están dispuestos es de suponer- a renunciar al consumo del petróleo que, en calidad de botín de guerra, se le expoliara al pobre pueblo iraquí, en un acto de sadamasoquismo perversión ideológica fruto del cruce del terrorista de la boina y el doctor Masoch- o a contraer la viruela si se tercia en esta Europa que chochea rezumante de escrúpulos judeo-cristianos: a la vejez, viruelas.
Bien es sabido que no es ni la primera ni la peor de las dictaduras del universo mundo que habrían de desaparecer también, aunque no quede claro en que orden: siguiendo El orden alfabético de Millás, por ejemplo, Corea y Cuba serían algunas de las primeras-, pero sería una triste gracia que, siendo el terrorista del bigote un cáncer político-militar, la quimioterapia con que no puede tratarse el caso, se la aplicara él al cuerpo malsano de un cirujano de hierro, en cuyo caso la complicidad de la izquierda con el régimen iraquí el lobo enseñando las ovejas- sería palmaria; aunque si, por el contrario, esta reserva espiritual de Occidente con el monaguillo del bigote llevando el incensario: a grandes males, grandes remeDios- consiguiera desarmar a Satán Husein y nadie mejor que San Jorge WWW. Bush para conocer el arsenal que los U.S. vendieran al tío Sadam: pues el Mal es condición sine qua non para el Bien- y hacerle tragarse, uno a uno, sus misiles al-tramuz, el izquierdismo mundial convencido hasta hace bien poco de la inminencia de la Guerra-, pujando por pinchar el sobreinflado globo terráqueo envuelto en su Red y a pesar de las redadas que tienden a cubrirlo con la cota de malla de la militarización-, se atribuiría el triunfo de la Paz colgándose las condecoraciones de la victoria pírrica del Pacifismo, la Tolerancia y de la capacidad del Diálogo para resolver cualquier conflicto.
La solución, aquí, éticamente más confortable tanto frente a la amenaza exterior del integrismo de satrapía aria, como frente a la interior del terrorismo étnico de sacristía de Euskal Herria- no es otra que in dubio pro reo. ¿Pero quién es hoy el reo? ¿Quién es la víctima y quién el verdugo? Y, entretanto, los militantes antibelicistas desfilan, audaces escudos humanos suicidas o renegados conversos de retaguardia -con la desfachatez de los figurantes de una comparsa en una fiestas de moros y cristianos-, reclutas patosos, marcando el paso al ritmo de la chaqueta anti-metálica, coreando un ¡Sadam, sí, Sadam!
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