Ha sido publicado el último libro de Clara Tahoces, El último gran unicornio. Este libro trata de uno de los temas más habituales de la literatura fantástica, la leyenda del unicornio, aunque en este caso la leyenda nos sirva de inmersión para ahondar en el conocimiento de la soledad humana buscando válvulas de escape, respuestas que nos ayuden a superar la falta de autoestima y a salvarnos del miedo que nos impide afrontar los problemas. Coincidiendo con esta publicación en librerías me gustaría hacer hincapié en los procedimientos que debemos seguir los profesores para enseñar un código de valores a los adolescentes.
Es habitual que las personas busquemos un exilio interior cuando no encontramos respuestas ni en nosotros mismos ni en los seres que nos rodean. Nuestra indecisión sobre cuáles son los puentes que debemos cruzar para avanzar nos hace retroceder y escondernos bajo la arena, para así evitar el contacto con el mundo. La vergüenza que sentimos los seres humanos ante el prójimo, vergüenza mucho más acentuada si somos niños como es el caso del unicornio- nos impide hacer las preguntas idóneas. Ese miedo nos asola, hace que nos sintamos diferentes y como tales, ridículos e insignificantes. Por eso, aunque avancemos no hallamos más que seres que no son como nosotros y eso nos vuelve incómodos, nos aterroriza la soledad que nos hace vulnerables, pese a nuestra fuerza o nuestro deseo de continuar el camino. Aunque el unicornio recurre en ocasiones al miedo y lo utiliza como coraza para negarse a avanzar, imprimiendo a éste el carácter de resistencia o excusa, al final comprende que sólo si lo vence y es capaz de comprometerse con su destino podrá encontrar las respuestas que anhela: encontrar al rey, y encontrarse a sí mismo.
En la etapa de la adolescencia ese miedo se dispara: miedo a hablar con los demás, miedo a meter la pata cuando hablamos, miedo a protestar por si lo que decimos no es lo apropiado, miedo a callarnos, a no estar a la altura de las circunstancias. Es por eso que encontramos alumnos que se esconden como el avestruz del cuento porque tienen pánico a expresarse tal y como son por si son rechazados por el resto..
Los profesores deben facilitar la integración de los alumnos en el aula, conseguir que se cree un clima de confianza entre los compañeros y asumir el papel de mediador cuando se produzcan tensiones. No podemos abandonar a nuestros alumnos en este duro trayecto que supone su progresiva integración al mundo de los adultos. Desde un punto ético nuestra misión como docentes no se limita a enseñar contenidos teóricos o prácticos sobre una materia determinada, pasa a su vez por enseñarles a adquirir confianza en sus posibilidades, a valorarse a si mismos y a los demás, a no amedrentarse ante los problemas diarios.
El unicornio de nuestro cuento siente el vacío de los suyos, la falta de una madre, la incomodidad de no reconocer en ninguno de sus semejantes su rostro. Ninguno de los animales o humanos con los que tropieza es semejante a él. Hasta los elementos de la naturaleza ( la luna, el sol, los árboles) se impregnan de ese hálito común que todos reconocemos cuando leemos un cuento o leyenda de estas características.
Los obstáculos que halla el protagonista ( los humanos de la aldea, las hienas) nos muestran comportamientos de nuestra personalidad humana. La autora indaga de esta manera en actitudes que todos reconocemos como propias pese a ser reprochables. Actos que inconscientemente realizamos sin darnos cuenta, única y simplemente porque alguien, cuyo poder nos domina, nos lo ha mandado. Sin embargo debemos ser conscientes de que estos actos va modelando nuestra personalidad; nuestro deber es, pues, negarnos a realizar aquellas acciones que supongan un daño al prójimo, que estén en contra de nuestros principios. Si nos negamos a asumir las parcelas que nos configuran como seres humanos, es muy probable que perdamos nuestra identidad, porque llegará un momento que la dependencia del otro será tal, que no sabremos qué es propio y qué es lo ajeno, lo que no nos pertenece.
La prueba más difícil es perdonar al enemigo desinteresadamente y perdonarse a si mismo. Cuando perdonamos es habitual que antepongamos condiciones a nuestro perdón, porque en realidad asumimos que la única forma de olvidar los errores ajenos, es utilizando un salvoconducto, es decir, asegurándonos de que no volveremos a ser heridos con las mismas armas. De ahí, que impliquemos al otro en el perdón, porque en el fondo de nuestro corazón quedan todavía las heridas sin cicatrizar. Por eso, queremos asegurarnos que el otro se sienta culpable y así evitar que vuelva a herirnos. Lo que no queremos nunca es reconocer que en fondo nos sentimos partícipes de esa culpa, porque todos y cada uno de nosotros cometemos errores, de ahí que muchas veces se puedan invertir los papeles.
Por lo tanto si de verdad estamos convencidos de que nuestro resentimiento es una herida pesada que debemos evacuar, lo mejor es que perdonemos sin condiciones al prójimo y de esta manera podremos salvar el último obstáculo que nos impide avanzar con libertad. El unicornio perdona a su enemigo el rey, con lo cual acaba su peregrinaje y empieza otro: el que debe asumir el rey si se compromete a perdonarse a si mismo y buscar a su hija.
Esta historia tremendamente simbólica que se inicia con el peregrinaje del unicornio en busca de su madre y acaba dejando la historia abierta para que el rey busque a su vez el perdón de su hija no puede dejarnos indiferentes porque nos exige reflexionar sobre los grandes interrogantes que, a fin de cuentas, nos consolidan como seres humanos. Esos grandes interrogantes sobre los cuales los adolescentes deben ir acomodando su propio código de valores: el valor de la amistad, la capacidad de perdonar a los demás y perdonarse a si mismos, el convencimiento de que cada uno debe forjarse su camino en la vida confiando en sus posibilidades y valorando en su justa medida el esfuerzo y el sacrificio.
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