(A propósito de Cravan vs. Cravan, de Isaki Lacuesta, Premio Victoria del V Festival Internacional de Cine-Nuevos Realizadores de Vitoria-Gasteiz, Mayo-2003.)
El hombre que ha alcanzado la excelencia con los puños.
Píndaro, Olímpica VII
Nada más apropiado que el documental/ficción para conjurar la figura del escritor y boxeador -¿o boxeador y escritor?- Arthur Cravan, que dedicó la vida a crear su propia leyenda y en el que se confunden, como en un dandy Varón y Barón Dandy- realidad y fantasía, aun/aún después de su probable desaparición en el Golfo de México en 1918.
Cravan vs. Cravan es, pues, una historia de fantasma propia de relato neo-gótico-, que invoca la memoria de un marinero de agua dulce suizo de nacimiento- y boxeador fantasma en el más amplio sentido de la palabra-, de un presunto capitán Araña en su periplo americano- y un snob vanguardista poéticamente incorrecto que se tomó al pie de la letra la bofetada y el puñetazo del Manifiesto del Futurismo de Marinetti-, en los escenarios ruinosos de su mansión en una montañita suiza o en el ring/cuadrilátero de la Plaza Monumental de Barcelona cuadratura del círculo elevado al cubo del Cubismo-.
Y para esta recreación Lacuesta se ha servido del subgénero de la búsqueda, de una quest, similar a esa literatura de pesquisa que tan buenos resultados está devengando a escritores como Juan Manuel de Prada o Javier Cercas, a través de un alter ego, Frank Nicotra, boxeador profesional y escritor amateur -¿o al revés?-, poseído por el espíritu de Cravan del mismo modo que éste aseguraba asistir a las apariciones y psicofonías del fantasma de su tío Oscar (Wilde)-, dando la réplica, paralelamente, en la relación con su guía por el París de las Vanguardias al idilio del escritor con su mujer, Mina Loy.
¿QUÉ PINTABA CRAVAN EN PARÍS? o LA VIDA PUEDE SER UNA LATA
Camorrista, boxeador, zúrratelas con el viento
Antonio Machado
Este desdoblamiento en dos planos de la realidad personaje-autor en busca del autor-personaje, Cravan versus/hacia Cravan- es la llave que abre la caja de los truenos de la pluralidad del yo de Cravan -sus numerosos peudónimos en la revista Et Maintenant-, de la multiplicidad del yo fragmentario -como corresponde a la crisis de identidad de la conciencia burguesa, atomizada por esa Gran Guerra cuyas trincheras, con una máscara antigás en el mejor de los casos, rehuye Cravan para buscar, sin embargo, el cuerpo a cuerpo primigenio, a cara descubierta, del noble arte deportivo del boxeo-, del afán por ser todas sus identidades posibles como confiesa en su escueta obra poética-, mediante variados y diversos subgéneros, desde las entrevistas de los careos entre investigadores al circo de los boxeadores, sonados por la campana- a la reconstrucción de los hechos, del documental propiamente dicho al cine dentro del cine como lo prueba el homenaje a René Clair y otros magos del cine mudo-, en un calidoscopio que con ritmo asociativo que confirma las bellas artes del guión y los buenos oficios del montaje-, combinando el blanco y negro Cravan contra Johnson- y color -¿de nuevo Johnson?-, intenta poner contra las cuerdas a un autor que trató, a brazo partido, de disiparse entre las actividades más variadas, del deporte a la literatura, o la pintura-¿qué pinta Cravan en el puntillismo tras su paso iconoclasta por el Salón de los Contemporáneos de París?- e incluso al cine
FALSEARÉ MI LEYENDA o LE BATEAU IVRE
-Le daré, le daré, hasta partirlo. No quiero que ese tipo vuelva a boxear.
Ignacio Aldecoa, Neutral corner, El boxeador fanfarrón
Porque en esa ouija que es el cinematógrafo es donde cobra vida -y movimiento- este autor apócrifo cuya biografía procede de la nebulosa de la ficción aquel parentesco con Oscar Wilde- y que se desvanece, como en el combate amañado con/contra Johnson, en una escena con la vieja señorita, bateau ivre dando tumbos por los tejados del barrio de Montmartre en una naumaquia de pesadilla de la fábrica de sueños no la del Óscar de Hollywood, sino la francesa de los Lumière-, en el obituario que le rinde René Clair, en esa sesión de espiritismo en que todo la comitiva fúnebre persigue el ataúd fugitivo sic transit gloria mundi-, antes de esfumarse todos en tierra, en polvo, en sombra, en humo, en nada, sin más mortaja que aquella azoriniana pielecilla de celuloide aunque nada celulítica-, en la blanca sábana santa de la pantalla de cualquier sala de cinematógrafo.
UN CARADURA SIMPÁTICO o REEDUCAR A UN SINVERGÜENZA
Tiempo de abrazar y tiempo de alejarse de abrazar
Eclesiastés
Porque Cravan cuyo apellido designa un ave acuática-, rehuyendo el destino de un gringo viejo Ambrose Bierce- y al socaire de los malos tiempos y de los malos vientos que soplaban en la Revolución mexicana decide hacerse a la mar en el golfo de México él, más golfo que nadie, aventurero y cobardón-, marcharse con viento fresco en busca de otro destino donde corrieran vientos más bonancibles -¿Favorables Aires Poemas?-, y rumbo a Buenos Aires, para ser noqueadoquien siembra vientos recoge tempestades- por el temporal, y culminar sus días abrazado al casco de su velero, como un molusco la otra acepción de su apellido-, pura rémora de una identidad que pretendió ser verbal -literaria, legendaria-, disuelta y disoluta- como la tinta simpática de un gran caradura.
Por eso, y en prueba de agradecimiento al maestro de ceremonias -de este fenómeno paranormal que es el cine- por la inigualable sesión de Cravan vs. Cravan -ese barco ebrio-, va este barquito de papel -¿qué es si no un artículo?-, esta aeronave electrónica sinestesia de la conversación leída, sonido que se ve-, psicofonía visual -del subtítulo- o alucinación sonora de la banda sonora de un libro mudo-, como esta re/aparición de Cravan -y en eso de aparecer y desaparecer desde el más allá americano, el joven (y el mar) también se parece a su antepasado- y esta Victoria póstuma en Nueva Victoria.
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