Una mañana estaba desayunando con el periódico en la mano y leí que las ciudades son los lugares más inhóspitos de la Tierra porque en ellas viven un montón de soledades juntas. Lo decía un viajero.
Caminamos por la calle, con prisa, entre personas conocidas o no, evitando siempre ese incómodo roce, aquel molesto cruce de miradas legañosas un lunes por la mañana. Sin embargo, cada persona esconde en esa diminuta burbuja pequeños detalles a ras de vida que reflejan las grandes preguntas que mueven nuestras emociones.
¿Se han fijado alguna vez en la mujer que se encuentra en frente suyo compartiendo sitio en el tren que les lleva al trabajo?. Seguro que no. O tal vez sí. Y no se pregunta por qué no tiene anillos en las manos?, o por qué lleva anudada en la muñeca una pequeña bolsa de tela de cuadritos azules?. Tal vez acaba de terminar el turno y va a buscar a sus hijos para despertarles y darles el desayuno... o no. En cualquier caso, fijando la mirada no se ve otra cosa que la vida por todas partes.
Perdonen el interrogatorio pero, han visto alguna vez el cuadro (Hotel room E. Hopper 1931) que ilustra estas palabras?. Pocos lienzos que están manchados con tal mestría consiguen crear una acogedora (y a la vez sobrecogedora) intimidad entre los fisgones ojos de los visitantes y una mujer de pelo corto con una combinación rosa que está sentada sobre la cama, pensativa, con las maletas hechas y que acaba de leer una nota.
Esta pintura no es ni más ni menos que un maravilloso y meticuloso detalle en la vida de esa ficticia mujer. Y como a la del tren, la miras y ... dudas y más dudas estallan en la cabeza. ¿Por qué está en un hotel?, acaba de llegar o se marcha, si se va ¿dónde?. Sobre la nota, ¿Qué pondrá en ella?, ¿la ha escrito la mujer o la ha recibido y por eso deja la habitación?. Será la felicidad o la tristeza el motivo de su partida o de su llegada.
La habitación del hotel está escrupulosamente descrita pero qué hay de la mujer. Cuerpo pálido, ropa interior rosa, pelo corto color miel....pero sin rostro. La cabeza baja y la luz a su espalda nos impide ver los matices del rostro de una mujer que medita, piensa y espera. Todo está tan claro, tan detallado menos ella, su cara, sus pensamientos.
Nos acercamos cada vez un poquito más a la tela para descubrir ocultos matices de la mujer y lo que escudriñamos no es otra cosa que las facciones de nuestra propia cara.
Pase el tiempo que pase, siempre habrá personas, hombres o mujeres, solas en una habitación pendientes de una nota, de una llamada de teléfono, de una señal en definitiva, que les haga reaccionar y ponga en movimiento su vida o bien la frene para siempre.
Quién no se ha despertado una mañana (o más de una) y sentado en el borde de la cama, como la mujer del cuadro, ha tomado conciencia de qué es lo que estaba haciendo con su vida, su trabajo, su familia. La temida pregunta de ¿qué hago yo aquí?. En la mayoría de los casos no obtienen respuesta. Y sin embargo, se levantan y siguen viviendo. Esto es lo que no vemos en el instante congelado por Hopper. Nos quedamos en el momento justo de la duda. No importa lo que ha pasado hasta entonces, lo principal es saber qué hará la mujer después de leer (o escribir) la nota.
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