ISSN 1578-8644 | nº 41 - Julio / Agosto 2003 | Contacto | Ultimo Luke
La quinta columna
"Maquíllate, maquillaje"
luis arturo hernández

NOTA DE LA REDACCIÓN
Se cumple una década –nada prodigiosa, por cierto-, un decenio –por mejor decir- de la voluntaria desaparición del poeta y artista español Pedro Casariego Córdoba. “Porque la vida puede ser una lata”, murió joven y dejó un cadáver exquisito -mano a mano con sus heterónimos-. Corramos un tupido velo. Príncipe destronado y secreto rey del glam, Pedro Carasiego falseó –o flasheó- su leyenda –como ya había anunciado- gracias a una obra singular e inquietante, de atípico esteticismo, formada por siete piezas –La canción de Van Horne, El hidroavión de K., La risa de Dios, Maquillaje, La voz de Mallick, Dra y, a falta de La vida puede ser una lata, Poemas sueltos (1979-1987)- que Seix-Barral ha reunido en un volumen monumental –en el etimológico sentido de la palabra, como memorial fúnebre-. Siete velos para el sepulcro de un poeta revelación que hizo época.
Escogemos Maquillaje, ecuador de su obra poética, para este homenaje de admiración.

MAQUÍLLATE, MAQUILLAJE
(Sobre Maquillaje, en Poemas encadenados (1977-87) de Pedro Casariego Córdoba)

Hay en la rareza de este Maquillaje (1979) de Pedro Casariego -uno de aquellos Ocho poetas raros- una extraña fascinación que se acrisola pese al paso del tiempo, un poso de irracionalismo poético subjetivo que en las sucesivas capas de maquillaje acumula el exotismo sensorial del Modernismo, la deshumanización cubista o ultraísta de la vanguardia histórica o el culturalismo de carnavalada veneciana, sobre la base del malditismo perverso -en verso libérrimo- que traslada al lejano oriente la pulsión del deseo y la muerte -era el tiempo, aquél, del Belver Yin de Jesús Ferrero-, mediante el artificio del lenguaje de una chinoisserie de lujo, de un proteico juego de máscaras -y mascarillas- con glamour, que revela -y desvela- la multiplicidad polifacética y cambiante del individuo de la postmodernidad, con la impostura de sus sucesivos disfraces, la hermenéutica abierta de sus signos y una esencia evanescente y a flor de piel -el fondo está en la piel, para el pope Paul Éluart y sus discípulos publicitarios-.

Poemario de un solo poema-río-delta-, Maquillaje rinde homenaje al lenguaje del cine negro -sombra aquí, sombra allí-, con su estructura de opera “cinética” -que ofrece un cortometraje de 95 fotogramas: que los sueños cine son- que podría visionarse como el rudimentario precursor del cinematógrafo en el que se dibujaba una imagen en cada página, linterna mágica -carmesí- de un burdel de Indochina, calidoscopio -o periscopio de un submarino anclado en el puerto de Haiphong- y mosaico de un decadente “laberinto de pasiones” occidental en Vietnam -siempre al margen de Hanoi, la referencia que planea tipográficamente como un ideograma en el cielo de una mojiganga de consulado de potencia extranjera-, la foto movida, en fin, de un apasionante viaje de estudios de “la movida” –interior- al estudio de Madame Butterfly.

Porque Maquillaje “cuenta” un folletín en el que la épica de las acciones asoma a través del lirismo de la sensación, mediante la técnica de una caja china que nos fuera mostrando -ouroboros de Moebius- la sorpresa manierista de incluirse a sí misma -así mismo- del revés, dándose la vuelta como un guante, prestidigitación poética de unas variaciones sobre el Eros y el Tánatos que se van trenzando hasta componer la sinfonía, en un encadenamiento de motivos recurrentes -japonicas, 1 25 o flamencos- que constituyen la trama de la historia, el juego de teselas lacadas del bajo relieve profano, los naipes de miniaturas -miniadas en sangre- de un Beato non sancto, en un traveling que encadena con la cámara subjetiva de los sucesivos personajes un libro de haikus, colección de instantáneas con su ritmo asociacional.

Maestro de ceremonias, el maquillador Vandervilt –homónimo del ex-ingeniero de Quebeq Rip Vandervilt de La canción de Van Horne (1977)- consagra la ceremonia de la confusión de Maquillaje, sumando su voz de vampiro a la polifonía de Roberts -cuervo- y Schneider -”la única mujer de Hanoi”-, por entre comandantes birmanos y submarinistas buscadores de perlas, sobre los cadáveres del hijo de Schneider o el empleado de la Hell, entre el dolor del tiempo y el abanico de una gama de rojos que remedan la sangre -cosmética de cejas y pestañas, párpados y otras esdrújulas voces-, con artilugios punzantes, ceguera de pétalos de rosa y colmillos en la nuca.

Y, por medio, la voz en off que apela al convencional lector implícito como a un figurante -absorbido y absorto- fustigado por el despectivo latiguillo de un director de cortos, vampirizado por la figuración -”y pagaréis/ 1 dólar 25 centavos/ por contemplaros en mi cornucopia”, s.13-, en el juego de espejos del poema -”Todo/ mi sentir/ mi ser entre tus seres/ espejismo entre espejos”, s. 87- donde tiene lugar, a la par que la trasvestización progresiva del dramatis personae -créditos de todo el elenco en s. 70-71; y su consiguiente cambio de género: el género común no es en Maquillaje sino mero postizo metalingüístico-, la transexualización del lector -”Lector/ ceji/ junto/ ceji/ carmesí/ ceji/ rosa Max Krause: / Me desfuguras”, s. 41-, su inversión sexual -ambigüedad del Manuel/a y su obsceno pájaro de la noche-, y su metamorfosis ante el espejo -y mírame y mírate-, un afeminamiento que acaba transfigurando al lector/a -colector, copro/ductor, codirector/directriz o copríncipe birmana si fuera menester-, en la scrip que irá tomando nota en el scriptorium de la última acotación del libreto -o copión- de uno de los más recientes heterodoxos españoles.

Erotismo sagrado, más allá de la lujuria y la blasfemia, Maquillaje es salmodia profana y Letanía a Nuestra Señora Frau Schneider, letanía de pómulos -”letanía de pómulos y colorete”- y pánicos -“¿Te he entregado demasiado pánico?”, s. 75; y “quiero cabalgar tus pánicos/ solitarios como mundos”, s. 89-, tal y como reza el subtítulo, en un montaje encadenado – “poemas encadenados”, al fin y al cabo- mediante anadiplosis de los sucesivos planos de una apoteosis de la belleza que abre los sentidos al enigma de una cosmogonía erótica y de una teosofía sexual simultáneas, en un poema-biombo, de la mano del cosmetólogo y cosmólogo Vanbdervilt -”la maquilladora/ de la American Rose/ Society/besando a Schneider/ labios/ acrílicos/de/vampiresa”-. Y vuelta a empezar.