Aunque hayan transcurrido semanas desde la noche del 5 de Enero, incluso aunque el calor despegase sin nuestro mandato las hojas de los calendarios, descubrir un nuevo número de la revista Salamandria es el mejor de los regalos para quienes disfrutamos con la lectura. Salamandria llama dulcemente a nuestra puerta, irrumpe de esa forma; no al pie del árbol de Navidad, pero sí protegiendo los poemas que incluye con el mejor de los envoltorios: el de la imaginación. A salvo de miradas que no merezcan el contacto con la hermosura de los versos, a salvo del contacto con aquellos que desdeñan la belleza. Pero dispuesta a descubrir a quien lo desee el poder de un texto. Así, Salamandria se presenta como un tesoro tejido con cariño y cuidado, lentamente, como dicta el método para lograr las joyas más preciadas. Un puzzle de lunas, un juego de papel e identidades, pequeños guiños a esa «pura alegría» de la que hablaba Paul Theroux al referirse a la ficción, y que podríamos extender a la literatura.
Desde Almería, Ana Santos y Pedro J. Miguel dirigen con mimo este pequeño tesoro, este baúl de mil formatos tan pronto un cuaderno de investigación policial como un pliego que estalla en colores, pasando por una pequeña carpeta o una caja que embriaga de metáforas- que gira, en cada número, alrededor de una inspiración totalmente distinta: el huevo, el milagro, el crimen, el sudor. Es uno de los grandes aciertos, pues, de Salamandria: bajar a la poesía del pedestal en el que algunos han querido recluirla, exclamar que todo puede ser objeto de un poema. Si a esta positiva actitud se añade un diseño atractivo y original, y sobre todo- una selección de buenos poemas de estilos, en ocasiones, totalmente opuestos -autores realistas pero también amantes de la imagen, consagrados y desconocidos, todos con el denominador común de la calidad-, tenemos en cada número de Salamandria una cita obligada para los amantes de la poesía.
En el panorama de la actual edición de poesía añoro, cada vez más, la capacidad de explorar nuevas vías para difundir los textos escritos. Afortunadamente, se repite esa pura alegría de la literatura al hojear publicaciones como Salamandria, creo que voluntariamente alejada de esa actitud clasista que algunos reclaman para la literatura, tan dañina para la difusión de lo escrito y su cercanía con el lector de a pie. Y es que -en tiempos de Internet y mass media- disfrutar de una publicación de la calidad de Salamandria alejada de las capitales, independiente y por ello todavía más meritoria- es, precisamente, pura alegría.
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