EL LIBRO BLANCO DE MATEO ALEMÁN
(Las monjas de Bratislava, de Fritz Rudolf Fries.Ed. Seix-Barral, Barcelona.)
Hay títulos literarios que seducen a primera vista gracias a su capacidad de sugestión y que iluminan, no obstante, de forma tangencial el contenido de la obra.
La belleza de la mujer centroeuropea -crisol de razas, mestizaje paneuropeo, esta mezcla vienesa, también aparecida en Bratislava, de húngaros y eslavos, alemanes y judíos,unas gotas de ruso y tártaro y bastantes de rumano meridional-, materializada en dos novicias eslovacas -La escena tenía, en la mezcla de quehacer práctico y éxtasis espiritual (sugerido por los hábitos de las monjas) un atractivo mágico-, resulta ser el motivo que irradia desde el título su tenue luz a Las monjas de Bratislava, la desconocida tercera y última parte de Guzmán de Alfarache, obra desconocida - y a todas luces apócrifa - de Mateo Alemán.
Y algo hay de mágico en esta novela fantasiosa -más que fantástica novela- en boca de un maestro de escuela, aparente reencarnación del autor de la novela picaresca barroca por excelencia en un paisano suyo de finales del siglo XX, que viaja a México a fin de reconstruir los últimos años de vida de su homónimo y que recuerda, con ecos lejanos y desdibujados, a las sucesivas encarnaciones de personajes del siglo de oro español en contemporáneos del fin de siglo en esa novela sueño del mexicano Carlos Fuentes que lleva por título Terra Nostra, y cuyo anacronismo se resuelve aquí apelando al recurso de la ciencia y la psiquiatría.
La aventura europea de dos antihéroes, el maestro Alemán -Matthäus Teutsch-, ex-preso del Franquismo y reencarnación de un preso y familiar del Santo Oficio, y el profesor alemán oriental Retard, hispanista represaliado por el Partido, tiene, sin embargo, mucho de relato de política-ficción en el que, además de subrayarse las semejanzas entre el Imperio Español y la hegemonía de la URSS, se ofrece una panorámica de la realidad europea posterior a 1989 a la que Retard hará frente de palabra mediante la utopía de El empaquetador de sueños -calificó a la Fracción del Ejército Rojo de una agrupación de empaquetadores de sueños que había querido derrocar una moral y una sociedad fundadas en el dinero-; y de obra, por medio de un esperpéntico golpe de estado comunista, de carácter bufo y dramático, en Berlín -la Historia se repite siempre como farsa, dijo el Maestro-, en compañía del propio Mateo Alemán y otros neonostálgicos entre los que se cuenta su hijastro Amós -autónomos son los terroristas de izquierda-. El tono sarcástico recuerda a algunos clásicos de la literatura eslava anticomunista como El Maestro y Margarita -incluso en el motivo del manuscrito endiabladamente bien reconstruido-, pero aún más que a la novela de M. Bulgákov remite a La fachada, de Libuse Moníková, en la que se dan algunas resonancias mórficas o coincidencias significativas- como el ingenio tecnológico -el emplaste molar de plomo del científico de Akademgorodok en la novelista checa, la placa de silicona en el autor alemán- que permite seguir así la pista hasta Rusia en la búsqueda de una obra desaparecida -la de Mateo Alemán en el alemán F. R. Fries, la obra periodística soviética del comisario político Jaroslav Hasek en Moníková-.
Siberia será el fin de trayecto del viaje del pícaro, la última estación de una peripecia europea -Sevilla, Bratislava, Berlín, Moscú- que concluye con una particularísima anagnóresis.
Con un estilo entre evocador -para las memorias barrocas- e intelectualista -en el discurso de Retard-, lleno de guiños culturalistas y fantasías como la del libro en blanco, y correspondencias y correlaciones que hacen de la novela un juego de espejos deformados, Las monjas constituye un irregular ejercicio manierista en el que no sólo se incluye el propio autor -el gran maestro y profesor Rodolfo Frais...-, sino que, remedando la técnica del libro dentro del libro repetida desde el Quijote a Cien años de Soledad, hace de la propia novela -Las monjas de Bratislava- el objeto de búsqueda de sí misma el libro blanco de Mateo Alemán-.
Que Fritz Rudolf Fries naciera en 1935 en Bilbao no deja de ser, pues, sino un accidente más, ya que Todos somos casualidades -dije- que buscan un origen.
|