ISSN 1578-8644 | nº 36 - Febrero 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Leer a oscuras
Camino hacia la muerte: "El camino a Tamazunchale"
elvira jiménez

-Sí, Camino a Tamazunchale... por una razón muy especial. Y es que cuando las cosas no nos salen bien, cuando alguien no nos cae, sea quien sea... nuestros hijos, nuestra esposa, nuestros compadres o comadres... sencillamente los mandamos a Tamazunchale.  (144)

           Uno de los logros más importantes que consigue Ron Arias en su novela El camino a Tamzunchale es, sin lugar a dudas, el de demostrar que la literatura debe medirse en relación a su calidad literaria y su alcance universal. Esta obviedad no lo es tanto cuando se trata de una obra chicana, como es el caso de Camino..., debido a que durante mucho tiempo la literatura chicana ha sentido la necesidad de ceñirse a las problemáticas sociales y culturales de su pueblo. El mérito del trabajo de Ron Arias estriba en insertar un tema de carácter universal dentro de la chicanidad pero sin hacer resaltar uno por encima de otro, sino que ambos son tratados con una naturalidad entrañable. En realidad, poco importa que el personaje principal, Fausto, se ubique en Los Ángeles que en Nueva York o en la China, porque lo verdaderamente importante es que este personaje dentro de su localidad es, a la manera de un Quijote moderno, universal. Todos los seres humanos vengamos de donde vengamos nos cuestionamos, en algún momento de nuestras vidas, la muerte, que es el tema principal de esta novela. Lo maravilloso es la sencillez y la frescura con que Arias trata este tema.

           Valiéndose del tema barroco de la vida como un sueño, Arias estructura su obra alrededor de esta idea y la adapta a los tiempos modernos. Desde el principio de la novela, realidad e irrealidad se entremezclan y confunden para dar a entender que entre la vida y la muerte, la realidad y el sueño sólo hay una débil línea que es muy fácil cruzar y que nadie puede saber cuál es más verdadera.

           Fausto, el protagonista, se encuentra en esta frágil línea de la frontera entre la vida y la muerte, que a su vez es metáfora de la frontera geográfica y política, y se pasa de una a otra como si entre ellas no hubiera la menor diferencia. Él puede comunicarse tanto con los vivos como con los muertos, con Evangelina su esposa que murió hace años, porque ya ha comenzado su viaje hacia Tamazunchale, es decir, hacia la muerte. Tamazunchale entonces es la metáfora que funciona en la novela como la muerte, y la vida es presentada, en este sentido, como un viaje que conduce irremediablemente hacia ella. El tema de la novela se adapta, por tanto, perfectamente a la forma barroca de presentación de la vida como un sueño y como un gran teatro.

           Sin embargo, antes de que los lectores descubramos todo esto, el narrador diegético en tercera persona, nos va presentando a un personaje que tiene muchas similitudes con D. Quijote. Se encuentra en la vejez, enfermo, viudo, con una vida rutinaria en un barrio de clase media, suponemos, de Los Ángeles y al cuidado de su sobrina Carmela. Al igual que D. Quijote, Fausto, cuyo nombre es también bastante literario, realiza viajes imaginarios, tiene aventuras en sus salidas por la ciudad acompañado de su “escudero” Mario y ambos son perseguidos por la autoridad como resultado de sus andanzas. Fausto, antes de salir al mundo, se viste como lo hace D. Quijote, de manera anacrónica provocando la burla general: una capa vieja de su esposa, un bordón y un azadón. De hecho la preparación de su salida es muy parecida a la del Quijote, porque la preparación de las vestiduras es un paso fundamental para preparar su salida al mundo:

Hurgó bajo la ropa interior y sacó una capa rosa de mírame y no me toques que ella se ponía en las noches muy frías. Se amarró las borlas de seda bajo la barbilla y salió del cuarto. Le había quedado exacto, claro, y aunque la tela estaba arrugada y sólo le llegaba a las costillas, todavía relucía un poco (...) Cogiendo el azadón de la cabeza oxidada, entró en la casa con su bordón y anunció que estaba listo. No estaba seguro de dónde ir, si al río o a las montañas. Tal vez tomaría el autobúa Lincoln Heights. (29)

También, para Fausto la ilusión y la realidad son la misma cosa (lo que no quiere decir que las confundan) y tanto para uno como para otro la ilusión es la única razón que les queda para seguir vivos. Como D. Quijote cuando interviene en la función de los títeres porque no está de acuerdo con el desarrollo de la acción, Fausto se entromete en medio del rodaje de una película. Él es perfectamente consciente de los mecanismos de la ficción, al igual que también lo es D. Quijote, y la usa según sus necesidades. Así, en un momento en que se necuentra en el medio de la batalla que se está filmando le dice a Marcelino: “Mantente cerca de mí, Marcelino, y pase lo que pase que no te vayan a matar” (88) como si los disparos del rodaje fueran reales. Y dos páginas después, en el corte de la película, ya le explica a Marcelino la diferencia entre la muerte en la película y la muerte real en este diálogo tan interesante:

-Pero hay algo que nos distingue de ellos-dijo Fausto-. Nosotros podemos salir de la película. Ellos no. Están atrapados.

-¿Estaban muertos los hombres que estaban tirados en la tierra?

-No, sólo parecía que estaban muertos.

-¿Y la sangre?

-Pintura, pintura colorada.


Parece entonces, que Fausto tiene muy claro que “parecer” y “ser” y “estar” refieren a conceptos diferentes. Marcelino es uno de esos personajes que están entre la vida y la muerte y que existe en la imaginación de Fausto. Asimismo, le sirve de guía a Fausto para llegar a la muerte a través del sonido de su flauta. Normalmente, aparece en los momentos de fiebre o delirio de Fausto, pero también se puede hacer real, como por ejemplo, en la escena en la que lo ve la sobrina en el baño.

Las aventuras que Fausto vive en sus últimos días, como la del autobús, la de la tienda, la de la autopista, la del muerto David o la de los mojados, le sirven como experiencias últimas antes de abandonar este mundo. Con ellas nos demuestra que su intención es no morir en vida y ayudar a mantener la ilusión de los demás. Por ello, el motivo del viaje es muy importante en esta obra. Fausto viaja tanto con la imaginación como con su cuerpo, realiza viajes imaginarios a Panamá y el Cuzco donde conoce a Marcelino Atahualpa, viajes físicos a México donde ayuda a un grupo de mexicanos a cruzar la frontera de mojados y recuerda el viaje que hizo con su esposa de Juárez hasta el D.F. Fausto no quiere sólo mantener la ilusión en sí mismo sino que su mayor deseo es proyectársela a los demás y por este motivo es querido por todo el mundo. Además, se encuentra en la vejez, esa etapa de la vida en la que se permite tener actuaciones similares a la que tienen los niños. Por eso, no tiene ningún problema en ponerse a jugar con la nieve junto con los niños del vecindario. Por cierto que, ese ambiente de neblina que el narrador nos va describiendo durante toda la última parte de la novela, ayuda a crear el efecto de ilusión (en los dos sentidos de la palabra) necesario para mostrar la psicología del personaje que empieza a confundir realidad e irrealidad y para ir preparando al lector para el desenlace final en que Fausto dará el paso definitivo de su viaje hacia el otro mundo.

Por otra parte, la muerte se presenta en la novela insertada dentro de la vida, como un suceso natural y como manifestación de muchas circunstancias sociales. Así ocurre en el capítulo siete con el mojado “ahogado”: la señora Rentería lo bautiza como David y lo utiliza al muerto para vivir por unos días la ilusión de la compañía como si estuviera vivo; todos los vecinos lo visitan y lo quieren conservar; y, todos saben, aunque no lo digan, que el mojado no murió ahogado sino víctima de las injusticias sociales: “Todos acordaron que se trataba de un ahogado. Sólo los niños recordaron que el río iba seco pero no dijeron nada.” (96) Este suceso es el que anima a Fausto a ayudar a pasar la frontera a un grupo de mexicanos para que no les pase lo mismo que a David. La ironía aparece también enmarcando a la muerte cuando Fausto y Mario le vacían una jarra de agua a David para que se lo encuentren como había sido antes: “un mojado” por pasar la frontera sin documentos y por haber aparecido muerto en un río (aunque seco). Quizá también esta escena sea una especie de bautizo, un pasar a la muerte como una nueva vida:

“Y desde que la señora Rentería se lo había apropiado, Mario había admirado más al joven mojado por su confianza callada. Qué vato tan de aquéllas, pensó Mario mientras vaciaba la jarra de agua sobre el cuerpo del muerto.” (103)

A partir del capítulo 10, la ironía se intensifica y los límites entre la realidad y la irrealidad se pierden. Fausto dirige una obra de teatro que hace referencia a la propia novela. La obra se llama igual, “El camino a Tamazunchale”, y los mismos personajes de la novela aparecen representados en la pieza teatral. Lo interesante es que todo esto ocurre en el delirio de Fausto y que el motivo por el que éste decide realizar la representación es porque quiere ayudar a los mojados a “vivir” una vida digna y uno de los caminos para lograrlo es precisamente la ilusión del arte. Esta pieza teatral viene a ser como una metáfora de toda la novela y se parece a las obras barrocas en la idea del teatro dentro del teatro. La niebla, igual que había venido apareciendo en la novela, aparece en la ambientación del escenario y Tiburcio, que funciona como un presentador que se dirige al público, explica lo que quiere decir Tamazunchale: “Le explicó al público que todos iban y venían de Tamazunchale.” (144) Como en las obras del barroco, en ésta también se produce una interacción de los actores con el público:

La señora Rentería empezó a llorar, el muerto gimió bajo la chaqueta y alguien del público le gritó al chófer que le diera los pantalones. Pronto todos los hombres canturrearon con sonsonete:

¡Pan-ta-lo-nes! ¡Pan-ta-lo-nes! (149)

Al final de la obra, cuando por fin llegan a Tamazunchale, el público se sube al escenario. El tratamiento de la muerte se hace con mucho sentido del humor lo que ayuda a que el tema se trate con mucha naturalidad y se le reste dramatismo, como en la escena del pedo en la página 147. Además del humor, lo que contribuye a que la muerte se vea como un proceso natural de la vida es la idea de la libertad. En Tamazunchale todo el mundo es libre de hacer lo que quiera porque está en casa. De una manera muy poética el personaje que interpreta a Fausto le explica a su sobrina quién puede ser allí: “Mijita, podrías ser una melodía de un millón de sonidos o una niña que escucha un solo sonido.” (153); “Porque Tamazunchale es nuestra casa. Ya que lleguemos, seremos libres, podremos ser todo y todos. Si quieres hasta puedes ser nada.”(154) Por eso, en la última página de la novela, cuando Fausto se reúne con su esposa Evangelina, de lo único que se arrepiente es de haberse olvidado los cigarros.

Bibliografía

Arias, Ron.  El camino a Tamazunchale.  Zarautz: Bassarai, 2002.

Bleiberg, Germán y Julián Marías.  Diccionario de literatura española.  Madrid: Revista de Occidente, 1972.

Lattin, Vernon E. (editor).  Contemporary Chicano Fiction.  New York: Bilingual, 1986.

Morillas Sánchez, Rosa y Manuel Villar Raso (editores).  Literatura chicana. Reflexiones y ensayos críticos.  Granada: Comares, 2000.

Saldívar, Ramón.  Chicano Narrative. The Dialectics of Difference.  Madison: University of Wisconsin, 1990.