EL MAL DORMIDO
Mañana será Dios, y su porfía,
sacudirá, violenta, al mal dormido...
Juan José Domenchina
Hay una perversión que aqueja a las lámparas,
una iniquidad se esconde detrás de los cuadros
y dejan esa huella cuadrada que es una cuadrada soledad
Hay una perversión en las fotografías que albergan
es perversa la lágrima que unge un centímetro
perverso el reloj que se para cuando no lo mira nadie.
Hay un pecado enmohecido hasta en el espejo
que no sabe devolvernos más de lo que hay.
Hay maldades de polvo en las pestañas de las muñecas
hay impudicias dormidas en las inocentes fotos de boda,
en las bombillas alógenas que me obligan a parpadear,
en los libros que me vuelven, orgullosos, sus lomos,
sabiendo que jamás los leeré.
Hay una maldad dormida en los ojos insultantes del gorrión
en los pies de los otros que me enseñan, insolentes, sus virtudes,
en la joven que me cuenta que su vida es cosechas y almíbares.
Hay maldad inocente en el gato que arquea
su espalda y me ofrece sus vértebras a cambio de rencores.
Hay maldad hasta en esa espina en la cintura que le duele
¿Y el mal de las hormigas que se burlan a seis patas?
¿y la aberración de las moscas que se aparean sin pudor
¿La porfía de Dios me salvará de todo eso?
Dejad que sonría.
Sólo yo puedo sacudirme el mal despierto que llevo dentro
ese que me hace insufribles las lámparas, los cuadros y sus huellas,
las fotografías, las lágrimas, los espejos, las muñecas perfectamente
empolvadas, las bombillas, los libros ilegibles, los pies y sus virtudes,
las fotos de boda, la joven feliz, el arco del gato, las hormigas y
y sus posibilidades, las moscas impúdicas, la cintura de los demás
Sólo yo puedo irrumpirme de polvo o nuevo día los enojos
para reconstruirme sobre un punto de conformidad
dos ojos buenos para que la belleza no me sea maldad
DESEO
"Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos"
Pablo Neruda
Quiero hacer contigo
lo que la luna hace con las mareas:
atraerte hacia mí de tal forma
que no puedas hacer nada
excepto dejarte arrastrar
hasta mi orilla.
AUTORRETRATO
Yo no soy más
que una legión de nubes en desbandada.
No me busques luz ni tesoros
abandonados por mis rincones,
pues yo sólo soy un pájaro que huye,
el agua de un arroyo que se marcha,
cansada de los juncos carceleros
Tengo miedo.
Miedo de esas sombras sin perfil
ni objetos que las proyecten.
Tengo miedo de los bolígrafos vacíos,
del vértigo de las constelaciones.
Tengo miedo de esas aves extrañas
que ululan como los hombres
Y no puedo evitar que me sobresalten
( hay avispas, turbinas y grifos abiertos
alterándome el sueño,
dimensionándome las mañanas ).
No puedo evitar que me sobresalten
las escaleras, los dioses acabados y las fotos
de boda sobre las mesas camillas.
Yo sólo tengo una flor oculta
para ofrecerla en poemas y susurros,
diez uñas para arañar las paredes
una ventana para escaparme y escalar
los tejados inclinados hacia la tarde
y una antorcha pequeña para desembarazarme
No me busques luz ni tesoros.
No tengo nada más.
Huida, huida...
ésa es mi partida, mi cotidiano ajetreo
Ando fugada de mí misma, a la carrera.
La realidad dictó contra mí su orden
de búsqueda y captura
pero caducó sin que nada ni nadie
( Y puedo ser tan cruel como los tornillos,
como la humedad que arrebata el decoro
Recuérdalo.
Yo no soy más
que una legión de nubes en desbandada,
un horizonte en fuga,
una tempestad siempre amordazada, reprimiéndose
sobre la bondad inocente
ME MIRAS
Me miras,
con los ojos llenos de caricias,
me rozas apenas...
y te me vas sonriendo, corazón adentro,
con la impunidad de un bisturí
AUSENCIA
Ausencia es un vocablo que llegó de la sombra,
es de la familia de dolor, clavos o angustia,
conoce de cerca el deseo y la ternura de los dedos
que ya no improvisan sus caricias,
los labios abiertos en un gesto malogrado.
Ausencia es una palabra que no sabe de claridades,
para este vocablo se inventaron las antorchas,
se hace oscuridad en medio de la luz
como un pájaro fúnebre sobre la paz de los almendros.
Ausencia es un vocablo que condena la esperanza,
ocho letras para perfilar un presagio malévolo,
es el peso del volumen que desalojas,
es tu silueta recortada sobre el vacío.
Ausencia es lo que queda cuando no queda nada,
sólo eso,
ausencia es lo que tengo, ausencia
y un bastión de recuerdos para sobrevivir
EL VAQUERO
Es realmente apasionante
observar al vaquero cuando hace girar sus espuelas.
Es prodigioso el brillo cromado de sus pistolas,
la forma indolente de ajustarse el sombrero
y esa precaución tan pulcra al recorrer con la mano los botones
de su impecable chaqueta, para comprobar que están todos
Es realmente asombroso
el ademán indolente, y siempre cortés, del vaquero
cuando saluda a los amigos aletargados que le aclaman
al final de la escalera.
Él es generoso en sus sonrisas, sus apretones de mano
siempre perfecto hasta en el sudar, el matar y el comer.
Son muchas las miradas que le vigilan los avisos
por eso quiere salir irreprochable en la foto, con los dientes
y sus caballos, sus hormigas y sus vacas al fondo.
La sensibilidad del vaquero se hace patente hasta en su silencio,
Le duelen, dice, los niños pobres de los otros,
sus ojos insoportablemente fijos y el caldo podrido
que no les llega nunca, él llora por ellos, dice,
y por ellos brinda y reza a Dios en sus plegarias teletransmitidas.
Por la paz de los países, dice, se agujerea las palmas de las manos.
El vaquero es desprendido y justo en sus demostraciones de afecto,
bajo la lluvia roja, blanca y azul llora con una emoción erguida
y es tanta su bondad que sacia el hambre de sus perros
con salchichas, honores y galletas.
El vaquero se arrellana en su silla, pone los pies sobre la mesa
y supervisa, arrogante, el progreso de las máquinas,
el valor y la lealtad que esgrimen sus cerdos que sólo hozan
donde él ordena y la sumisión de las vacas que se dejan
ordeñar a cambio de muy poco.
(La granja no es suya, pero está toda a su servicio,
y hasta las mulas aplauden cada decisión que toma).
Al vaquero le brillan las espuelas y las mejillas
cuando ríe un chiste estúpido de algún colega que
luego vuelve a su apostura firme, a su elegancia marcial
la elegancia del hombre seguro de que la tierra sólo puede
El vaquero, de perfil, se parece a unos de esos artefactos
que asesinan sin estorbar y sin hacer apenas ruido.
Es como un dios vengado con un elevado concepto
Está encantado de conocerse.
Él es el dios poderoso que bendice al Nilo para que crezca
sólo hacia sus sembrados.
(Y el Nilo le obedece, por supuesto, la desobediencia es deshonrosa
y él no quiere ser un río decapitado, licenciado con deshonor).
El vaquero es el hermano protector que salvaguarda
nuestras vidas de los demonios y las palomas.
Es realmente apasionante
observar al vaquero cuando hace girar sus espuelas.
Pero es aún más portentoso ver a tantos indios
bailando a sus alrededor una danza sometida,
encorvadas ante él las espaldas y las voces
para no importunar el pulcro y feroz orgullo
del superhombre sacrificado por su patria.
Y aún es más portentoso ver a algún desgraciado
limpiándole las botas mientras el vaquero deja
sobre su cerviz sumisa
la moneda del liberto para poder tirar de ella y arrastrarle,
a su antojo,
MOON RIVER
A Audrey le pesan los párpados cuando, al amanecer,
Nueva York le tiende la alfombra de sus aceras desnudas.
El flequillo sin forma sobornando al aire para mantenerse
el vestido negro, delgado como su sombra,
su andar sereno de reina escuálida, paseando
su desvalida altivez por la avenida.
Audrey paladea la primera luz limpia de dióxidos
a cada sorbo de café desganado, a cada bocado
de un desayuno barato que es cena tardía
de búsquedas sin sorpresas,
mientras los escaparates de Tiffanys acogen
con indulgencia la mentira hermosa que brilla
en sus lóbulos, en su pelo y su garganta.
Audrey dobla indolente las esquinas de la ciudad
-domada ya y a sus pies con la mañana
porque todavía está segura de que algunos sueños
se dejan atrapar si se ejecutan ciertas astucias.
Sólo el cine puede volver blando el hormigón siniestro
volver humilde y sumiso el despego insolente de los gatos,
acogedor el brillo excesivo de los diamantes ajenos,
legitimar el sexo comprado o vendido por una oportunidad
o anular el esfuerzo de la lluvia por despoblar de besos
Sólo el cine puede volver fácil el amor imposible.
Hay ciertos tonos de luz del alumbrado que estropean el cutis.
Pero Nueva York sólo es bella porque una vez
se enroscó como un feto en los ojos de Audrey,
porque una vez ella paseó por la Quinta Avenida
su alocada elegancia como un cisne malherido
y engulló un desayuno adormilado
(café, croissant y esperanza)
ante los escaparates indulgentes de Tiffanys.
Pero los violines de Mancini no amordazaron el fragor
esperpéntico de los claxons,
el rifle de largo alcance del psicópata,
el alarido sordo del negro sin mañana,
el tintineo de las monedas en la lata del pordiosero,
el llanto de los desengañados, los desposeídos,
indigesto ya en el estómago el pan prometido
Nueva York es hermosa porque Audrey lo era.
Ego te absolvo, pues, máquina ciclópea de fabricar hastío.
Redimida quedas de tu insufrible arrogancia
por unos ojos que miraban como milanos nocturnos,
por una lluvia definitiva disuelta en violines,
por un gato manso y sin nombre,
por una guitarra desafinada, a la deriva,
CUANDO ELLA ME SONRIE
(A mi sobrina Gloria, el día que cumplió cuatro meses)
Es tu risa la espada más victoriosa...
Miguel Hernández
Cuando ella me sonríe
me sobran todas las argucias que inventé para sobrevivirme.
Me sobran los desiertos fabricados, las palmeras con su sol de trópico
las grandes ciudades con sus teatros, sus cavernas y bulevares,
la músicas chirriosas de los bares para adolescentes,
me sobran los sueños que reconozco abatidos,
me sobran los pájaros y la alas inaprensibles.
Cuando ella me sonríe
no me frustra ese lápiz que se me cae al suelo tan lejano,
la tristeza del dios desposeído que se deshizo entre mis dedos,
no me duele el césped saqueado por las ruedas,
las rodillas dobladas en un ángulo inquebrantable,
no me salpican con su inmundicia los dolores de otros días
y que, a veces, regresados, me emborronan la mirada y los folios.
Porque cuando Gloria me sonríe
el pavor, desarmado, rinde todos sus ejércitos a la belleza,
la nada y cuatro meses irrumpe en pañales y reta a lo oscuro
y ningún luto puede ya permanecer incólume,
que no hay pasado irremediable que su sonrisa
no pueda reducir a escombros,
que no hay presente gris capaz de enfrentarse
a la risa perfecta de la inocencia
ni luz que no envidie la ferocidad de su alegría.
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