El estreno de la segunda parte de Una terapia peligrosa nos sirve de excusa para retratar a uno de los directores estadounidenses que mejor han sabido llevar la comedia a las pantallas en los últimos años. Si bien, en sus dos últimos filmes, Al diablo con el diablo y Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total no ha sabido encontrar el punto de comicidad y brillantez presentes en algunos de sus anteriores títulos.
Escribía hace poco una referencia a aquella película titulada Atrapado en el tiempo en la que un Bill Murray convertido en el presentador del tiempo Phill Connors se veía repitiendo hasta la extenuación un mismo día en un remoto y típico pueblo norteamericano, al que era enviado con su productora (Andie MacDowell) y un cámara (Chris Elliot) a filmar "El día de la Marmota".
Detrás de aquella gran película, que el propio Fernando Trueba elegía como indispensable para entender el cine reciente, se encontraba un director para muchos desconocido.
¿Quién es Harold Ramis?, se preguntaban torciendo el gesto.
Uno de Los cazafantasmas, contestaba algún despistado.
¿No participaba también junto al propio Murray en El pelotón chiflado?
Pues sí, pero aparte Harold Ramis había hecho muchas cosas más. En 1969 formaba parte del grupo de improvisación teatral de Second City, entre cuyos miembros se encontraban actores como John Belushi o Bill Murray. Aunque Ramis saltó a la fama en Hollywood en 1978 cuando participó en el guión de Desmadre a la americana y otras comedias de dudoso gusto bajo las órdenes del director Ivan Reitman: Los incorregibles albóndigas, o los citados El pelotón chiflado, Los cazafantasmas y Cazafantasmas II.
Como director haría su debut en El club de los chalados, con Bill Murray y Chevy Chase, a la que siguieron Las vacaciones europeas de una chiflada familia americana y Club Paraíso.
Fue sin embargo con Atrapado en el tiempo cuando su trabajo comenzó a ser valorado también por la crítica. Desde entonces sus películas han abandonado el regusto adolescente para evolucionar hacia un humor más maduro. En Mis dobles, mi mujer y yo, Michael Keaton decidía clonarse hasta tres veces en un intento de solucionar su matrimonio con Andie MacDowell (la tecnología al servicio de una historia bien estructurada); en Una terapia peligrosa Robert De Niro se metía en la piel de un mafioso estresado que tenía que recurrir a un psicólogo con el rostro de Billy Cristal (De Niro parodiándose a sí mismo y desmitificando el cine de gangsters); en Al diablo con el diablo una Elisabeth Hurley con aspecto de diablesa intentaba seducir a un despistado Brendan Fraser (remake de un film francés que adoptaba un tono de comedia menor y que se quedaba a medio camino).Ahora, De Niro vuelve a meterse en la piel de Paul Viti. Pero a diferencia de la primera terapia, en ésta no hay novedad y el argumento parece estar cogido por los pelos. De Niro demuestra nuevamente su vis cómica aunque sigue con una preocupante tendencia a la sobreactuación mientras que Billy Cristal no llega a transmitirnos la preocupación ante la presencia del gangster. En ese sentido, ni a un secundario de lujo como Joe Viterelli le permiten demasiados aspavientos. La película posee, eso sí, un par de momentos brillantes: De Niro entonando canciones de West Side Story o buscando un trabajo que le aleje de la delincuencia. Lástima que se quede sólo en eso, como si Harold Ramis olvidara la sutileza en el camino al chiste fácil.
|