(Reseña de La escena del odio, de José de Almada Negreiros.Ed.Hiperión)
El futurismo portugués, tan ajeno a la velocidad, a las locomotoras, a los obuses y a las explosiones en general (incluso a las de las palabras, que gozaron de escasísima libertad) es un futurismo totalmente interiorizado, psicologístico y paradójicamente introverso, que quizás busca al hombre futuro como fuga o liberación de un presente en el cual probablemente el hombre de entonces se sentía incómodo. Y no es una excepción a esta caracterización de la primera gran vanguardia literaria histórica europea por parte de Antonio Tabucchi, en Un baúl lleno de gente , la obra poética de Almada Negreiros, el gran artista plástico que, junto a Mario de Sá-Carneiro y Fernando Pessoa, constituye el tercer vértice del triunvirato de la vanguardia portuguesa de principios de siglo.
La escena del odio es un largo poema, dedicado al poeta Álvaro de Campos -heterónimo sensacionista de Fernando Pessoa-, en el que Almada Negreiros da rienda suelta a su odio social, de manera iconoclasta y provocativa, si bien con la grandilocuencia y el tono apocalíptico de quien proclama una revolución de café.
La obra, escrita durante los tres días que duró la revolución lisboeta de 1915 -y que Almada pasó encerrado en casa- es un insultante y arrebatado monólogo al que la teatralidad asoma ya desde el mismo título y donde el disparatado y confeso narcisismo del Yo lírico -¡Yo soy las siete plagas sobre el Nilo/ y el Alma de los Borgia en pena!- alterna con la invocación dramatizada a una segunda persona plural y proteica contra la que Almada dispara su artillería de fogueo verbal, en versículos cargados de apóstrofes, apelando a los prototipos propios del espectro social del momento, desde el aristócrata al bohemio, del campesino al intelectual, en un alegato que amenaza los cimientos de Occidente -¡Que se jodan los sabios y los pensadores!/ ¡Que se jodan todas las épocas y edades!/ ¡Que se jodan los hombres de todos los tiempos/ y el embuste de la Civilización y de la Cultura!-.
Sin embargo, Almada muestra una predilección especial por epatar al burgués y su entorno, y así arremete contra militares -Quítate el uniforme,/ desensártate de la Infamia, y ponte en cueros/ que te quedas sin empleo-, políticos -Y vosotros también, ¡asquerosos de la Política/ que electos explotáis el Patriotismo!- y juntaletras -¡periodistas pelagatos/ que le hacéis cosquillas y otras cosas a la opinión pública!- y, en definitiva, contra toda la comparsa cómplice del modo de vida de la burguesía nacional, a la que dedica la mitad del poema -¡Oh Horror! ¡Los burgueses de Portugal/ son peores que los demás/ porque son portugueses!-.
Lejos de las innovaciones léxicas y tipográficas de la vanguardia de Marinetti, Almada imposta la voz para sobreinterpretar un hiperbólico panfleto poético contra todos, de tono interjectivo, en el que se prodigan los conceptos mayúsculos, y donde el monólogo lírico teatralizado da cabida a pasajes de épica exaltada, algo que hará de La escena del odio un espectáculo verbal y la obra de un pintor total.
Cuando lo recuerdo revolucionario, me interesa más leerlo que mirarlo. Así es. Aun ahora, en las novelas y en el teatro que nos dejó, encuentro constantes provocaciones en su refutación de lo literario, esa osadía de redactar al hilo de lo oral y de la sintaxis cotidiana, apostillaba oportunamente José Cardoso Pires en su Lisboa Diario de a bordo, cuando al socaire de la Exposición Universal habían proliferado las publicaciones oportunistas que trataban de rentabilizar el evento y a las que Almada Negreiros parecía haber respondido ya anticipadamente cuando escribió :¡Y todavía hay quien haga publicidad de esto:/ la patria donde Camoens murió de hambre/ y donde todos se llenan la barriga con Camoens!
La escena del odio es, pues, una bofetada desde el escenario al Odioso Señor que hacía ostentación de su poderío en aquella comedia, Tres sombreros de copa, del también vanguardista Mihura -Iré a verlos, para reírme un rato... Yo tengo abonado un proscenio-, escrita el mismo año en que Almada se fue de Madrid.
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