Eugène Ionesco nació en Slatina, Rumanía, en el año 1909. De madre francesa y padre rumano, con pocos años se trasladó a París, donde se convirtió en un niño solitario que llegaba al éxtasis contemplativo en el Teatro del Guiñol de los Jardines de Luxemburgo. El divorcio de sus padres lo obligó a volver a Rumanía en 1925 e iniciar allí los estudios universitarios de literatura francesa. Tras la guerra, se instaló definitivamente en Francia y allí comenzó su trayectoria literaria, que lo convertiría en uno de los mayores renovadores de la escena francesa del siglo XX.
Hacia 1950, en teatro en Francia experimentó enormes innovaciones gracias a un grupo de autores que introdujeron el concepto del absurdo en las bases estructurales, formales e interpretativas de las piezas. Ionesco, Samuel Beckett y Jean Genet son las tres figuras claves de esta revolución, que en un principio fue totalmente rechazada por el público burgués que llenaba las salas. Unos años más tarde, el teatro del absurdo era conocido a nivel mundial, y Ionesco aún sigue siendo el autor de la obra con más representaciones ininterrumpidas en París: La cantante calva (1950) lleva cerca de cuarenta años en el programa de la Huchette.
La idea de escribir la que fue su primera obra apareció cuando estudiaba inglés con el método Assimil: una parte del diálogo imita las frases incoherentes del manual de conversación. Sin apenas darse cuenta, Ionesco pone en marcha lo que será una profunda renovación del lenguaje teatral. La acumulación de clichés, de frases inconexas que se lanzan dos matrimonios en escena, busca la risa del espectador, pero la obra transmite una sensación de malestar, vértigo, soledad, que sólo es totalmente asumido una vez que el espectador abandona la sala y se da a la reflexión. La risa es un modo de disfrazar el absurdo, de ignorar la soledad comunicativa a la que está condenado el ser humano, definitiva y angustiosa.
En poco tiempo, Ionesco estrena La lección (1951), Las sillas (1952), Víctimas del deber (1953) y Amedea (1954). La nueva tragedia es ya latente en estas obras, que retoman los grandes mitos ancestrales para conjugarlos con la demolición de los estereotipos burgueses. La conclusión es común: el hombre acaba forzando su expulsión del mundo por las cosas. En Las sillas, dos ancianos esperan unos invitados que nunca llegan y se ven invadidos por un número de sillas que crece de forma imparable, hasta acabar con ellos. La lección ofrece ya una visión del lenguaje como elemento independiente, donde el objetivo es matar la palabra del otro, anular toda posible comunicación.
Estas obras muestran hasta qué punto Ionesco necesitaba ordenar sus conflictos interiores y expresar de forma intuitiva, nunca explícita o doctrinal, un universo desprovisto de sentido, irracional y absurdo.
Con Rinoceronte (1958) su escritura inicia una nueva etapa que explora otras vías de creación y persigue un teatro más social, cercano a Brecht. La idea de esta obra nació durante la ascensión del fascismo en Rumanía, en 1937-38. Ionesco fue viendo cómo sus amigos eran atacados por un virus misterioso que los hacía cambiar hasta volver imposible la comunicación con ellos. El rinoceronte es el símbolo de la resignación, la sumisión, que se manifiesta en todos los personajes excepto en uno: Berenguer, el héroe (representación del autor) cuya fe en la razón y la cultura se acaba anulando con su abandono en un mundo hostil e incomprensible. Ionesco mantiene, pues, que el razonamiento humano es incapaz de aportar al mundo un orden válido.
Tueur sans gages (1959) y El rey se muere (1962) fueron las obras más representativas de esta etapa más social del autor, que murió en 1994 lleno de reconocimientos, premios y honores por haber sabido mostrar la angustia del ser humano frente al universo y, al tiempo, aceptar con entusiasmo que sólo la vida puede darnos la esperanza de conseguir el lugar que ansiamos en el mundo.
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