"Hay aún otra filosofía que, en lo fundamental, es consecuencia del liberalismo, es decir: la de Marx". La primera vez que leí una afirmación semejante, el estupor se abrió paso. ¿La filosofía de Marx, enemigo irreconciliable del liberalismo, una consecuencia del propio liberalismo filosófico?
Afirma Bertrand Russell que la primera exposición comprensiva del liberalismo se halla en Locke, a finales del siglo XVII. La frase "el primer postulado de la teoría del conocimiento es, indudablemente, que las sensaciones son la única fuente de nuestros conocimientos" podría haberla firmado, en efecto, Locke, en su libro "Ensayo sobre el entendimiento humano", y sin embargo su autor es Lenin, a principios del siglo XX, en el libro "Materialismo y empiriocriticismo".
Siguiendo la argumentación de Bertrand Russell, el liberalismo primitivo, que surgió en el siglo XVI en Inglaterra y Holanda, se hallaba vinculado al protestantismo y se caracterizaba por defender la tolerancia religiosa, valorar el comercio y la industria, restringir el derecho hereditario de la monarquía y la aristocracia y tener un inmenso respeto por los derechos de propiedad. Un siglo después, Locke, que sistematizó el carácter de su época, añadió a estas características básicas el empirismo y la reflexión sobre la necesidad de la división de poderes.
Pero el marxismo, movimiento más social y económico que político, no reflexionó sobre la división de poderes, y aunque estimó la industria y abolió el principio hereditario, no se distinguió por la tolerancia religiosa ni por respetar los derechos de propiedad. El único punto de encuentro entre liberalismo y marxismo se halla, precisamente, en la teoría del conocimiento, que no es específicamente liberal, sino empirista. Si bien Locke la desarrolló, ya se halla en Bacon, que era un ortodoxo religioso, y previamente había sido aplicada de un modo necesario, menos teórico que práctico, por los científicos de la modernidad: astrónomos, naturalistas, médicos. Como el propio Bertrand Russell afirmaría, contradiciéndose, entre el movimiento liberal y el movimiento marxista del siglo XX sólo había un punto en común: ambos eran racionalistas y empiristas. El marxismo, quizá para oponerse al liberalismo, negó elementos que consideraba específicos de éste, como la división de poderes o la tolerancia religiosa, pero que en verdad eran elementos propios del humanismo moderno.
La división de poderes, expuesta en Locke y continuada por Montesquieu, ya fue esbozada casi doscientos años antes por Maquiavelo, que no era liberal, sino humanista. En sus "Discursos" (1513-1521) reitera la necesidad de frenos y equilibrios, doctrina que tomó de las experiencias democráticas antiguas y de sus propias reflexiones sobre la historia reciente de la Italia del Renacimiento. Y la tolerancia religiosa, reivindicada asimismo por Locke, fue ya defendida en la "Utopía" (1518) de Tomás Moro, que no era ni protestante ni liberal, sino un jurista al servicio de las instituciones inglesas. Cuando Bertrand Russell define su "Utopía" como "asombrosamente liberal", está aplicando su categoría predilecta de modo retroactivo, pues Moro, por formación, profesión, talante y época, no podía ser liberal; era un humanista.
El liberalismo, que se gestó con pujanza en el periodo de quiebra del humanismo moderno, tomó de éste algunos elementos, los desarrolló e integró, añadiendo otro, el "inmenso respeto por los derechos de propiedad", que responde a la pujanza de los comerciantes e industriales privados y a sus intereses. Que el liberalismo como doctrina dominante haya acabado entregando la hegemonía a los detentadores de tal derecho de propiedad incontestada es una consecuencia lógica, pues ése es el único elemento específico del liberalismo.
Concluye el liberal Bertrand Russell un breve comentario sobre Locke afirmando que "una vez que haya sido creado un Gobierno internacional, gran parte de la filosofía política de Locke será aplicable de nuevo, aunque no la de la propiedad privada".
Deseamos que sea cierto y que se instaure un modelo más igualitario que respete las libertades subjetivas y restrinja el derecho de propiedad, evitando la acumulación capitalista sin límites y su conversión en poder social y político. Pero en consecuencia los principios de tal modo de gobierno ya no serán ni marxistas ni liberales, sino un fruto maduro del humanismo moderno.
|