La dignidad del poeta no se distingue en la realidad de la poesía. El poeta es un hombre que continúa con una labor aislada que enfrenta al mundo de las palabras con el sentido que damos a las palabras para descifrar el mundo. El poeta es un escritor que busca la música y la belleza en la realidad de las cosas. Un artista que busca los oscuros deseos en la alegría de las cosas compartidas. Un solitario que intenta comunicar con su silencio un hecho que no es científicamente comprobable. El poeta que a su manera reza por la definición del hombre. Un hombre que con sus ojos mira las esquinas de la naturaleza y con su piel se tatúa el abismo del mundo. El que lee en sus manos la seriedad de la poesía y el que ríe con el brillo de sus ojos húmedos por la ternura compartida como un vaso de vida insaciable. La dignidad del hombre no arrastra a su antojo a la poesía, la poesía es una cosa aparte: está pero no está, es pero no es, se siente pero su sentido no se comparte. Se la consiente, se la rechaza, se busca su conciencia en las cosas perdidas cuando ya no queda más que el recuerdo, cuando la memoria no puede justificar los errores cometidos. El vacío de la poesía es el hombre quieto, el hombre que no abre la boca, el que no mueve sus manos. Luego la vida llena de orificios la respiración, taladra la piel de lado a lado para que la carne sea como una bandera que se ondea sin fuerza al viento. Y el viento es lo que hace palpitar al poema, te lleva de un lugar a otro siendo poco, siendo nada, sintiendo la levedad de una libertad que compromete al hombre, al poeta, a la poesía, que nunca se descubre en el cielo de las cosas convencionales. Que nunca viene cuando se la llama. Que nunca es como se quiere.
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