ISSN 1578-8644 | nº 45 - Diciembre 2003 | Contacto | Ultimo Luke
ENTREVISTA
Ricard Chiang : Pintor

inés matute

Los críticos han dicho de él:

“Desde aquel tiempo mítico en que Adán fue expulsado del Edén, el paisaje en plenitud ha sido la imagen misma del paraíso, del bien y de la luz, de la bondad y de la superioridad espiritual. Y si el día ha sido analogía del bien, no hay duda de que la noche lo ha sido del mal. De ahí, que el color sea símbolo del esplendor y riqueza y de los páramos áridos y sin vegetación lo sean de pobreza y maldición.

Al igual que las poesías de Track I, que se perciben como una visión de crepuscular y extrema, como esa “oscuridad que ha de atravesarse para llegar a un nuevo alba” descrita por Magris, los paisajes de Ricard Chiang nos turban con la belleza inquietante de lo maligno, con esa incertidumbre que procede de lo anómalo y fragmentario, de lo trágico.

Pues no podría existir la belleza de lo completo y diáfano –lo divino, la felicidad y la vida- sin la belleza seductora de lo extraviado. Nada sabríamos de la atracción del abismo si, al mirarnos en su fondo, no nos atrapara la fascinación de su misterio. Sólo quien haya llegado hasta los “confines”, escribió Rilke, quien haya sido capaz de sufrir experiencias extremas, será capaz de crear, acaso de reconquistar su propio paraíso y reconstruir su imagen perdida desde la nada. Lugares extremos de un mundo sin formas ni sentidos humanos, espacios rendidos a las tentaciones de los sublime, los paisajes de Richard Chiang son como umbrales a través de los que nos adentramos en ese “lado oscuro” que alberga lo terrible y fantasmagórico. Impregnados del silencioso estruendo de su belleza inexplicable, los bosques plateados de Chiang, son visiones poéticas del aura majestuosa y extraña que tiene la belleza aún cuando ésta represente lo diabólico y lo frío. Mundos sin aire ni aromas, sin seres ni bullicios, sin alba ni atardecer, son enclaves mágicos, sobrenaturales y fantásticos, inexplicables y visionarias recreaciones de una naturaleza misteriosa que intranquiliza y conmueve”

Ricard, alguna vez hemos comentado que tu obra encajaría en lo que podríamos denominar un “clasicismo moderno”; me gustaría saber cómo pintas, si bocetas mucho, si trabajas el dibujo intensamente, cómo realizas los encajes.

Aunque no me creas, ni boceto ni dibujo. Me limito ha hacer cuatro rayas para encajar la composición y me lanzo directamente a la pintura. Para mí no hay mucha diferencia entre pintar y dibujar. En realidad, y aunque parezca contradecirme, todo es dibujo. Dibujo con rayas o dibujo con manchas, ¿qué diferencia hay?

La diferencia que hay entre un artista que sabe dibujar y uno que no. Si no fueras un maestro del dibujo no podrías pasar al pigmento directamente, puesto que el resultado sería un desastre... ¿Qué formación tienes? No irás a decirnos que eres autodidacta...

Pues sí. No sólo no pasé por la escuela de Bellas Artes sino que ni siquiera llegué a terminar mis estudios en el colegio. Yo siempre quise ser dibujante de comics, jamás pintor. Con doce años empecé a comprar mis pinturas, mis papeles y mis primeros lienzos. Pronto comprendí que tenía mano, y como los libros no me interesaban y en mi casa no me obligaban a estudiar, pude dedicarme a hacer lo que quería. Naturalmente, para poder financiarme tuve que trabajar en las cosas más variopintas, desde albañil a camarero, pero una vida de precario no me parecía una carga excesiva siempre y cuando pudiera dedicarle unas horas a la pintura.

Empezaste con doce años, y el mundo de la infancia – muñecas, niñas- está muy presente en tu obra...

Yo siempre he dicho que todos los niños saben pintar. De una manera intuitiva, innata. Luego crecemos y vamos olvidando. Los que no olvidan, de mayores son artistas, los demás, empleados, profesionales, mano de obra. Es una pena perder esa capacidad.

¿Cómo llegó el éxito?

De la manera más tonta. Un vecino mío, conocedor de mi obra, me pidió permiso para presentar un cuadro a un concurso. Quedé finalista. Por primera vez, empecé a considerar la posibilidad de vivir de la pintura. Un año más tarde, gané cuatro premios importantes y todos los galeristas de la isla se interesaron por mi obra. Entonces decidí dejarlo todo, “fiché” por uno de ellos y me dediqué a pintar. Desde entonces, vivo de mis cuadros.

Un vecino con iniciativa, los galeristas llamando a tu puerta... El tuyo es un papel un poco pasivo, ¿no?

Sí. No sé si soy un poco vago o si soy muy vanidoso, pero lo cierto es que va en contra de mis principios salir a la calle a buscar un marchante, y tampoco sirvo para la autopromoción. Dejo que las cosas sucedan, y suceden. Yo sólo quiero pintar, y dejo el marketing a los entendidos.

¿Qué recuerdas de tu experiencia en Art Miami?

Que me rajaron un cuadro. Ni siquiera fui a Miami. La verdad es que no suelo hacer un seguimiento muy exhaustivo de mis obras, dejo que circulen y confío en mi marchante. De hecho yo cobro a plazos, y nunca sé en qué momento se vende una obra o a quién se la vendemos. Sí sé, por ejemplo, que hemos vendido un cuadro a la Fundación La Caixa. Para un pintor, ese es un paso importante. Las Fundaciones privadas hacen currículo y dan solidez a una trayectoria.

¿Qué opinas de la obra que se expone en las galerías más punteras?

Hay cosillas que están bien (Ricard hojea un catálogo que tengo sobre la mesa y hace gestos elocuentes) pero en general, faltan ideas. Veo mucha cosa mediocre y poca originalidad. La gente tiende a pensar que porque algo tenga pintura, o porque esté colgando de la pared de una galería de renombre, ya es arte. Yo no lo veo así. El arte es algo mucho más mágico, más especial. Puede haber mucho arte en el trabajo de un zapatero que borde lo que hace, y muy poco arte en un lienzo manchado de pintura. Para mí el arte es magia, sin magia, sólo hay oficio o improvisación.

Me viene ahora a la cabeza ese tipo que se dedica a hacer fotografías de cientos de personas desnudas, fotografía que repite en distintos lugares del mundo. ¿Es eso arte? La sociología no debería difundirse por cauces artísticos.

¿A qué artistas admiras?

Admirar no admiro a ninguno. Me gustan o me llaman la atención determinadas obras, pero no me fijo en el pintor, sino en el resultado de su trabajo. Si quieres que te dé algún nombre, puedo decirte que me llama la atención la obra de Tapies, la de Antonio López, la de Saura. En este momento estoy fascinado por una pintura de Brueghel, “El triunfo de la muerte”. A partir de esta obra, comenzaré a pintar una serie que ha sido concebida como una continuación de las anteriores. El tema principal serán unos monstruos que vienen al mundo para llevarse a los niños al infierno, un poco en la línea de “ El jardín de las delicias” de El Bosco, pero con un tratamiento naif, cada vez más naif.

Eres un poco macabro: muñecas asesinas con dientes como puñales, vírgenes con piercing, iconografía religiosa, la violencia en lo sagrado, calaveras de mirada fija... Tu mundo está lleno de escenas intemporales al tiempo que inquietantes. Por cierto, sé de buena tinta que eres un gran conocedor de la pintura gótica primitiva...

Soy bastante macabro, y sí, me fascina este tipo de pintura, mal dibujada y sin perspectiva. Por otro lado, me atraen las mismas cosas que me repelen; lo repulsivo me resulta atractivo. Todos tenemos miedos más o menos conscientes. La muerte es un tema universal que se refleja en todas las culturas y en todas las artes, desde las más refinadas al folklore popular o los cuentos infantiles. La crueldad es innata en los humanos y también en los animales, puesto que en muchas situaciones es necesario ser violento para sobrevivir. En cuanto a las muñecas, de pequeño soñaba con las muñecas de mi hermana. Soñaba que cobraban vida y me perseguían armadas con grandes cuchillos y tenedores, con ánimo de devorarme. Ahora me tomo la revancha, y las torturo sin que se quejen ni me denuncien. Si dominas la técnica, puedes hacer lo que quieras, incluso prescindir de ella.

En términos freudianos, a eso se le denomina “lo siniestro”: un fondo desconocido emerge en un paisaje familiar cuestionando todo tipo de certezas. Lo mismo ocurre cuando lo inanimado cobra vida.

Sí, ahí están los terrores de mi infancia. Sin embargo, la violencia simbólica deja tras de sí un rastro de belleza. La violencia específicamente humana tiene rasgos de sofisticación.

Creo llegado el momento de confesar mi fascinación por los bosques de plata, el orientalismo que desprenden tus paisajes fríos, la polaridad radical del blanco y el negro, tu ying y yang envueltos en una sensibilidad pese a todo romántica. ¿De dónde surgen?

Normalmente, las imágenes que luego convierto en cuadro me asaltan en sueños, vienen a mí y yo las recojo directamente del subconsciente. Nunca pienso si la obra resultante será “vendible”. Mi objetivo no es rentabilizar mi pintura, sino plasmar las imágenes que me acosan. El caso de los bosques de plata es diferente; nacieron como el fondo de un cuadro y progresivamente los fui trayendo al primer plano. Aciertas en lo del toque oriental. El gusto estético oriental, la falta de códigos (en occidente hemos llegado a la saturación) y el vacío zen me atraen sobremanera.

¿Cómo es tu estudio, cómo pintas?

Mi estudio es un caos. Cuando visito los estudios de otros colegas, los envidio. Luego voy al mío, ordeno, y el orden viene a durarme un día. Pinto sobre plano, en el suelo. Luego apoyo el cuadro en la pared y corrijo algún detalle.

¿Ves como eres un maestro? Dadas las dimensiones de tu obra, lo lógico sería pintar de frente, y distanciarse del bastidor para corregir e ir tomando perspectiva...

No necesito ponerlo en vertical, ¡ya sé lo que voy a encontrarme!

Ricard se rie. En el fondo, pienso que para él la pintura es un juego.

Quizás ese sea el secreto de los grandes maestros; no llegar a tomarse en serio.