Venga, jefe, que ya es hora de que se despierte oyó Pepe Carvalho mientras le llegaba una vaharada de café recién hecho. Abrió el ojo izquierdo. Biscuter, agachado frente a él, le ofrecía una taza de la que salía un hilillo de humo. ¡ Ánimo! ¡ Apúrelo que tiene que ir a por la Charo! . ¿A por la Charo? saltó Carvalho abriendo el ojo derecho. Sí, a por la Charo, que hoy es jueves se ratificó Biscuter cabeceando comprensivamente.
Carvalho se incorporó como pudo en el sofá y se tomó el café de un trago. Cuando Biscuter se retiró, se levantó y se estiró. Después, se asomó a la ventana ajustándose los pantalones. Barcelona se extendía a sus pies cubierta por una neblina casi navideña. Volvió sobre sus pasos y revolvió con unas tenazas las cenizas calientes que habían quedado en la chimenea. A continuación, giró sobre sí mismo para enfrentarse a la biblioteca. Inclinando la cabeza a un lado y a otro, se desplazó lentamente a lo largo de la línea de las baldas y, de pronto, se detuvo y cogió un libro. Así que La Literatura en la construcción de la sociedad democrática dijo en voz alta mientras arrojaba el volumen sobre las brasas.
En ese momento sonó el teléfono. Biscuter fue a cogerlo, pero Carvalho se le adelantó. Diga dijo con voz tronante. ¿ El señor Carvalho? preguntó una voz amable. Depende. ¿Cómo que depende? Pues que depende para qué. ¡Ah ¡ Ya! ¡ Sí! Mi nombre es Andrea Camilleri y soy siciliano
. El asunto promete dijo Carvalho más animado. Bueno, no se trata de lo que usted piensa
. Yo no pienso nada. Cuénteme. Le suena a usted un tal Manuel Vázquez Montalbán? . Por supuesto, precisamente acabo de echar a la hoguera uno de sus libros. ¿ De echar a la hoguera
? . Es una vieja costumbre, no tiene la menor importancia. Ya, ya. Bueno el caso es que ha muerto. ¡ Ah! ¡ Vaya!. Sí, le han encontrado difunto en el aeropuerto de Bangkok. Curioso lugar para encontrar a alguien palmera. Sí, eso mismo pienso yo. La versión oficial dice que ha sido debido a un ataque de corazón
. Y usted, ¿ qué dice?. Yo tengo mis dudas, pero creo que ha sido asesinado. Esas son palabras mayores. Bueno, le interesa el caso, ¿ sí o no?. Lo pensaré, déjeme usted su teléfono. Carvalho apuntó en la solapa de un viejo sobre el teléfono de Camilleri y se despidió sin mayores cumplidos.
¿ Quién era, jefe? dijo Biscuter desde la cocina. Nada, un siciliano que quería que investigara la muerte de un escritor en un aeropuerto de las chimbambas . Pues, oiga, jefe, eso promete continuó Biscuter asomando la cabeza por la puerta. Sí, puede ser. Ya veremos. A decir verdad estoy un poco cansado. No sé, quizá sea este mi último caso. ¿ Cuándo hay que ir a por la Charo? . Antes de que oscurezca respondió Biscuter perdiéndose de nuevo en la cocina.