Hay escritores que buscan el sentido de su obra en los acontecimientos nimios. En los detalles que ante nosotros, día tras día, pasan desapercibidos. Lo hacen porque a ellos estos sucesos les absorben la atención y porque, además, son capaces de la difícil tarea de crear algo bello y significativo a partir de una pluma que se desprende del cuerpo de una paloma, de una avispa que se posa sobre un pastel o de unos niños que juegan con unos muebles abandonados en la calle. Esto es lo que hace
Wilhem Genazino el periodista y actor radiofónico antes que novelista alemán- en su obra recientemente traducida al castellano
Mujeres cantando suavemente.
Si hubiera que explicar qué pasa en esta novela la primera palabra que vendría a la cabeza sería nada. Un narrador del que nunca se sabe el nombre aunque se dice que es escritor- recorre una ciudad también anónima rescatando pequeñas visiones unos zapatos abandonados en una acera, una hoja de periódico que arrastra el viento, una mujer cargada con la compra que con los labios sostiene una carta
- en busca del día poético. A veces lo consigue, a veces no, y al final del libro su proceso queda abierto como un poema que nunca termina.
Una literatura así realmente no es apta para los lectores que esperan aventuras, intrigas o grandes historias de las novelas pero, sin embargo, la falta de acciones importantes en Mujeres cantando suavemente no implica que el libro no signifique nada ni que no se disfrute. Y es que para entender este texto más que preguntarse qué pasa habría que preguntarse qué sabor de boca van dejando los extraños episodios de un protagonista fantasmagórico que puede observar su entorno pero que casi siempre pasa desapercibido ante los ojos de los demás- al pasear por su ciudad. Por otro lado, el libro se desarrolla a través de las reflexiones y los recuerdos que este narrador va esparciendo como pinceladas que, sin demasiada definición, de una forma sugerida más que explicada, terminan mostrando una visión interesante de entender la vida, especialmente la vida urbana.
Hay libros que no se dejan explicar. Hablar de los hechos que relatan sería quedarse en lo intrascendente y para transmitir lo que realmente cuentan sólo cabe leerlos. Ante esto que sucede en todo tipo de literatura pero en diferentes medidas-, una solución es destacar aspectos sobre su autor, como que se consolidó como escritor a los treinta y cuatro años (en 1977) tras publicar una trilogía (Abschaffel) sobre la vida de un oficinista, que desde los 80 no ha dejado de recibir importantes premios literarios alemanes, que actualmente sus libros muestran una visión individualista en vez de sociológica de la existencia y que, entre otros, algunos títulos suyos son Un paraguas para este día, La mancha, la chaqueta, la habitación o El amor a la simplicidad.
De la novela que nos ocupa también podría destacarse el enorme respeto por los animales del protagonista, sus nebulosos sentimientos hacia los episodios nazis, las exigencias que le impone una vida independiente de personas y cosas, o su peculiar forma de entender el amor y la relación con las mujeres. Uno podría detenerse en cada pequeño detalle con el que Genazino construye esta historia y en analizar cómo de la nada termina hablando de lo que le interesa. De esa parte de la ciudad de la que nadie habla. Pero, en cualquier caso, es mejor que todos estos aspectos los descubra cada lector al abrir el libro.