Para este final del otoño imaginemos que tenemos treinta años y que abrimos un libro que contiene un poema titulado Poema en Octubre. Dentro del poema el primer verso revela nuestra edad y, líneas más abajo, un paisaje marítimo galés: gaviotas, veleros, las garzas, la lluvia, los mirlos y el sol como en verano y aunque sea ya otoño grisáceo, de nuevo tendremos un verano de manzanas, y la luz de la infancia con la que el poeta soñaba una y otra vez: la dicha a los árboles y las piedras y al pez de la marea.
Muertes y entradas de
Dyland Thomas ( Swansea, 1914 1953) es el poemario que da título a la antología que de este poeta galés se puede leer en la colección Signos de Huerga y Fierro editores. Preceden a los poemas las palabras de los traductores Niall Binns y Vanesa Pérez-Sauquillo, en un prólogo en el que se nos da cuenta de las glorias y miserias del poeta, y de la dificultad de un texto al que ellos consiguen acercarnos con gran solvencia. La musicalidad esencial y galesa de su poesía es irreproducible en español dicen- la oscuridad en la que aparentemente sumerge a la razón, sobre todo en su womb-tomb periodo, tejida sobre el enrevesamiento de la sintaxis y el doble, triple y cuádruple sentido en el que invoca las palabras corre el riesgo de resultar aún más hermética cuando pierde la concisión y la tensión sonora del original.
Puede el lector comparar el texto original y la traducción, dedicar el final del otoño a desentrañar la magia de este escritor que seducía al gran público con el sonido de sus poemas en sus recitales. Puede el lector leer Poema en Octubre en ese libro y llegar a oler el sabor a mar y campiña porque la composición hechiza y nos alumbra : las palabras son chispas.
Y los sentidos admitirán que the Conversation of prayers (El diálogo de las oraciones) se ve como un caleidoscopio en el que el ojo puede buscar el verso en órdenes y desórdenes que multiplican y aclaran sus significados, distintos planos y direcciones de un poema que sube y baja por una escalera para hablarnos de una muerte singular. La muerte que, sin embargo, Dyland Thomas rechaza lamentar en otra de las composiciones: Negativa a llorar la muerte por fuego, de una niña en Londres al tiempo que escribe una sentidísima elegía. El poeta concluye que después de la primera muerte, no hay otra, acaso porque es un continuum en el que percibe que vivimos, o porque como adulto, murió al perder la infancia que siempre añora.
La muerte es una perversa voluntad contra la que el galés argumenta un humus de pájaros y plantas, lagos y colinas, nubes y aguas, hojas y lluvias. La voz de Dyland Thomas arroja ese estiércol a la cara de la muerte y crea una nueva vida poética que crece en una arraigada tradición formal a la que él injerta nueva savia: música de palabras con la que teje una fronda en la que el sol titila cada vez que el lector se ilumina con un descubrimiento.
Visiones del amor en un manicomio, la primera visión que prendió fuego a las estrellas, la historia de El jorobado del parque y más versos sobre la infancia avanzan hasta alcanzar, otra vez, la niña asesinada por una bomba incendiaria. La alquimia de sus versos consigue hipnotizarnos con el fuego.
A partir de este momento, el poeta que rechazaba el epíteto de surrealista, se transmuta en un poeta visionario que crea sobre la guerra imágenes que recuerdan a Blake, y lo hace, siguiendo sus propias palabras - con su perpetuo juego de destrucción y vida: Creo una imagen...........y luego le aplico todas las fuerzas intelectuales y críticas que poseo, permito que engendre otra imagen, permito que ésta se contradiga con la primera, creo de la tercera imagen, que ha sido engendrada de las dos anteriores juntas, una cuarta imagen contradictoria, y permito que todas ellas... entren en conflicto. Cada imagen sostiene dentro de sí las semillas de su propia destrucción...y mi método dialéctico es un constante construir y destruir de las imágenes que emergen de la semilla central, la cual es a su vez destructiva y constructiva a la vez.
Para el final del otoño, la última composición del poemario que comentamos: La colina de helechos donde Dylan Thomas se recordó feliz como la hierba verde, el príncipe de pueblos de manzana. Y para salir del último torbellino de la hojarasca y dar paso al invierno otro poemario: Navidad de un niño en Gales (Ältera Ediciones): gatos sabios, iglúes, niños disfrazados de cazadores árticos, regalos útiles e inútiles que llevarse a la madriguera que construimos con los versos de Dylan Thomas.