Todo buen profesor de literatura pretende convencer a sus alumnos sobre los beneficios de la lectura. Es una responsabilidad que no debe eludirse aunque en un primer momento nos desmoralice su actitud inicial. Los alumnos se muestran incrédulos cuando tú te presentas en la clase con una lista interminable de lecturas, que supuestamente debe obtener el beneplácito de la clase. Pero no es así. Lo primero que te preguntan es cuántas páginas tiene el libro, y lo segundo que pretenden averiguar es si esa lectura es gratuita o será objeto de examen. Si a la lectura no le añades un trabajo puntuable, que será valorado positivamente, es probable que tus alumnos se cierren en banda, olviden los ficticios beneficios de la lectura y se dediquen a otros menesteres. Por eso el profesor no debe obviar su papel: es importante que el alumno sepa, a priori, que las lecturas que realiza serán objeto de evaluación, que no son gratuitas y que las tendrás en cuenta en las calificaciones.
Una vez sellas ese compromiso inicial, viene el momento más difícil. Debes investigar cuáles son sus gustos, sus aficiones y hacer una selección lo más acorde posible a sus motivaciones reales. No se trata de hacer una selección exhaustiva en la que prime la calidad, se trata más bien de ofrecer un abanico de posibilidades en el que ellos se sientan cómodos. Algunos autores caso de Jordi Sierra i Fabra- han sabido introducirse de forma veraz en el difícil mundo de los adolescentes para mostrar sin pudor su mundo, con un lenguaje adecuado, unas situaciones y personajes tremendamente actuales que lo convierten en uno de los fetiches de la literatura juvenil: Campos de fresas, La balada del siglo XXI, El joven Lennon, La memoria de los seres perdidos, Las chicas del alambre, etc...títulos y más títulos que lo convierten en un autor de culto para los jóvenes,.
Pero los profesores debemos barajar varias bazas si no queremos echar por tierra nuestras propias motivaciones. Si nos fijamos en los éxitos cinematográficos de los últimos tiempos descubrimos además otros filones, caso de las novelas de terror. Pongamos porejemplo, el éxito que obtienen una y otra vez las películas que siguen prestigiando la tradición de Drácula y todas las novelas de la saga. Invitemos pues a nuestros alumnos a seguir esa línea. Algunos libros, que sin correr riesgos literarios, han llevado al papel los presupuestos cinematográficos de estas películas sin correr riesgos innecesarios se han llevado premios importantes: Caso, por ejemplo, de La mirada de la nochede José María Latorre. Esta obra se llevó el premio Gran Angular, en su género. No vamos a cuestionar la pericia del autor en cuanto a una creación veraz de los personajes ni tampoco cuestionamos la truculencia final ni siquiera la retahíla de personajes que en ningún momento se apartan de su modelo. Estoy segura de que la eficacia y el éxito de esta lectura reside precisamente en su similitud con las películas al uso sobre el género. Cualquier crítico literario puede criticar la progresión temática, hacer hincapié en su falta de originalidad o incluso cuestionar el decoro espacial y hablar de sus incongruencias. Pero a nadie se le escapa el éxito obtenido precisamente por seguir unos postulados conocidos de antemano por los tópicos a los que el cine de terror nos tiene habituado.
Y si ninguno de los títulos anteriores gusta a nuestros alumnos siempre podemos echar mano de nuestro propio bagaje cultural: invitémosles a que se rían con títulos comoEl barón rampante o El guardián entre el centeno, mostrémosles el acierto de autores natos como Dickens o Twain e incluso, porque no, invitémosles a que descubran junto a Michael Ende el valor de fantasía o la capacidad de escucha de Momo... Lo último, lo que no debemos hacer nunca es rendirnos. No queremos que los alumnos vean el mundo en derredor suyo como si de una diapositiva se tratase, queremos que lean, que descubran el mundo por sí mismos, al fin y al cabo, nosotros sólo somos docentes. Nuestro deber es enseñarles el camino a la cultura de la lectura.