No con violencia, sino con amor, no con espada sino con arado, no con sangre sino con trabajo, no con muerte sino con vida (Tomas Garrigue Masaryk)
Las naciones nacen, crecen, a veces se reproducen y también mueren. Las naciones respiran y suspiran, se alegren o entristecen, a veces ríen, otras lloran. Las naciones sienten y padecen, se encolerizan o se dejan vencer por la apatía, cometen aciertos, y errores.
Ahora deberían inclinar la cabeza ante esta silueta silenciosa que se dibuja en la colina de Hradcany en el atardecer. Desde la verja del primer patio del castillo se vislumbra su figura. De pie, se alza sobre la ciudad con su cuerpo broncíneo. Su nombre es un enigma para los turistas desprovistos de guías, escondido tras las cobrizas iniciales adosadas a su pedestal. Su rostro refleja la luz del crepúsculo con la quietud mayestática de los que no vivieron en vano. En esta estatua descansa el espíritu de un pueblo que estuvo soterrado en las sombras y devenires de la historia. Tomas Garrigue Masaryk encarnó un sueño llamado Checoslovaquia a través de las iras de un imperio. De traidor llegó a ser héroe, de agitador a presidente de su nación, de criminal a liberador. Ahora contempla la ciudad con su misma barba cana y su elegante traje de hilo, como si todavía caminara por ella. Los monumentos en su honor, las calles con su nombre, hace no mucho enterradas por el comunismo, pueblan numerosas ciudades de la nación que él imaginó y llevó a cabo. Masaryk observa Praga, y su república.
Hubo un tiempo en que esta joven nación estuvo liderada por filósofos y humanistas. Y hubo tiempos en que lo estuvo por la intolerancia y la ceguera. La nación checa ha cambiado de presidente en esta época de transición e incertidumbre. Y a la sombra de esta estatua debería sentarse el sucesor de Havel y muchos otros dirigentes de naciones cegados por la ignorancia o la avaricia, por si pudieran contagiarse algo de la humanidad que todavía destila; ya que no nacieron con ella.
(Perdónalos Masaryk, porque no saben lo que hacen)
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