Hace no mucho Seix Barral ha lanzado la Biblioteca Onetti, para regocijo de aquellos que queremos disfrutar de la lectura de este demonio de las palabras y nos volvemos locos para encontrar sus textos en las librerías. En su primer tomo, Dejemos hablar al viento, encontramos, por muy escondida que esté, una política. Todos teníamos claro, gracias sobre todo a El Astillero, en qué consistía la economía de Onetti: la economía de la ruina. Pero en lo tocante a la política todo está marcado por las excesivamente desafiantes casi de cara a la galería palabras de Onetti en sus entrevistas, en las que despistaba al personal con declaraciones como estas: (el escritor) no desempeña ninguna tarea de importancia social. Le corresponde tener talento. A su juicio, el compromiso de los escritores consistía en lo siguiente: se trata de responder una encuesta organizada por un diario comunista. Me divierte pensar que tal vez no hayan encontrado mejor ejemplo que el suscrito para presentar las lacras morbosas de un escritor pequeño burgués y decadente. (...) Agreguemos que los muertos de hambre no tienen dinero para comprar nuestros libros, ni interés, ni tiempo para leernos. Cuando la miseria llegue a la desesperación es posible que las cosas cambien, sin mérito o culpa nuestros. Tal vez ese posible futuro sólo ofrezca un poco de plomo, y, para guardar tra[d]iciones, un cuchillo mellado en la garganta.(...) Sólo los malos escritores creen que tal compromiso debe ser expresamente político.
Lo fácil es sacar conclusiones demasiado precipitadas, sobre todo hoy en día, cuando el mundo político está absolutamente dicotomizado y el matiz y la disensión están prohibidos, raptados de la vida pública. Lo que parecería desprenderse de las palabras de Onetti es la personalidad de un reaccionario, cuando lo que hay en realidad es un existencialista radicalmente pesimista. Una persona sin fe. La lectura atenta de Dejemos hablar al viento nos ofrece una visión que, aunque irritantemente desesperante para muchos, es una perspectiva clara y unívoca de qué es la política. Y además ofrece una política literaria que marca la obra completa de Onetti. Un manifiesto que hay que leer por su revés, por su ausencia de manifiesto. Trataremos de explicarlo. En la novela, que es una especie de novela-esponja que absorbe a varios personajes del ciclo de Santa María, como Díaz Grey, Brausen, Medina, Larsen, la hija de Petrus, etc, hay una trama principal y otra secundaria y casi invisible. La principal ocupa toda la novela menos siete u ocho páginas, y cuenta la vida de Medina, pintor, comisario y falso médico que tiene una relación enfermiza de amor y odio con su hijo o no hijo, Julián Seoane, que se acuesta con la antigua amante lesbiana del propio Medina, Frieda, una seca y casi malvada mujer que durante un tiempo había mantenido económicamente a Medina en Lavanda y ahora regentaba un bar en Santa María. Julián Seoane, veinteañero envuelto en un mar de celos y droga, de decadencia, en el que Medina se ve como en un espejo del tiempo, también celoso, también podrido, pero más viejo que su pseudohijo, acaba matando a Frieda y suicidándose, casos policiales ambos que deben ser tramitados, más que resueltos, por el Medina comisario. A todo esto, en apenas unas páginas y como una historia paralela que no toca a la principal, Onetti nos presenta a un personaje, El Colorado, que ya había aparecido en otras novelas suyas, y que parece que lleva cierto negocio entre manos con Medina. Un asunto del que no se sabe nada, del que el narrador no cuenta nada. En los dos últimos capítulos el Colorado habla de un dinero, de si es suficiente o no para no se sabe qué, y la novela acaba con Medina viendo llegar una luz que comenzó a moverse y crecer, avanzando sobre la ciudad. Se oye un estallido, un ruido de grandes telas que sacudiera el viento, y comienza a llegar un griterío de la calle, del hotel, el techo y el cielo. En el penúltimo párrafo de la novela, Medina había dicho: Esto lo quise durante años, para esto volví. No se nos dice nada más, pero este misterioso final no puede leerse sino como una gran catástrofe o todo lo contrario. O una revolución liberadora, una conflagración en el que el mismo Medina está involucrado, o un apocalipsis que acaba con todo. Es difícil imaginar un tratamiento más magistral y coherente de lo político. Toda la responsabilidad, parece decir Onetti, está en el lector. En la inteligencia del lector. En su capacidad para leer. Si hay compromiso político, Onetti no se lo pone en bandeja a quien le lee, no se lo mastica ni se lo deglute. No estaba para pensar por nadie. Estaba para escribir magistralmente, que es lo que hacía. Leer este misterioso final en estos días de guerra en Irak deja una sensación de vértigo, porque hoy todos estamos mascando en el aire cierto clima de podredumbre moral de la democracia occidental, cierta sospecha de que algo muy importante está en declive y de que un nuevo viento es necesario puesto que el mundo, después de estos meses, parece que no va a volver a ser el mismo. Esto es, como Onetti podría haber suscrito, la verdad de toda política. Que la política es un desastre, un infierno para ganancia del diablo, una victoria de la muerte. La ausencia total de fe. Esa es la política onettiena. La que le hace decir, en el primer capítulo del libro, lo siguiente: Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir: a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa (...) un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. ¿Les viene alguien a la cabeza?
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