Sohrab Sepehrí ( Kashán, 1928 Teherán, 1980) es uno del los tres poetas cuyos versos se recogen en Tres poetas persas contemporáneos (ed. Icaria ) a cargo de Clara Janés . En concreto, es el autor de uno de las composiciones más conocidas de la literatura moderna farsí, Los pasos del agua, obra que por sí sola justifica su fama , y que es , precisamente, la que se nos ofrece en esta antología como ejemplo único del quehacer de este escritor y pintor.
Clara Janés, ha contado con la colaboración del traductor iraní Sahán y del periodista y traductor Ahmad Taherí con los que ya había trabajado con anterioridad. De hecho, con el primero de ellos publicó en 1992 el único libro traducido de Sohrba Sepehrí: Todo nada, todo mirada (ediciones del Oriente y Mediterráneo).
Sepehrí , que en 1964 había manifestado su oposición al régimen iraní, vivió en los Estados Unidos y en París. Volvió a salir del país en 1979 hacia Inglaterra, para tratarse de un cáncer que acabó con su vida en Teherán. En lo que la crítica considera su legado poético más importante, explica la clave para no ser consumido por la angustia, cómo esperó con la paciencia de un alquimista, con el sigilo de un ornitólogo, a que su vida destilara el secreto que revelará en la obra que comentamos.
Los pasos del agua es un poema denso en el que el poeta concilia la tradición de la poesía persa clásica y los vocabularios y las actitudes de un hombre moderno. Son versos en los que Sepehrí injerta la sabiduría religiosa de los maestros sufíes, su certeza poética y la sensibilidad contemporánea. Del encuentro de estas dos naturalezas el poeta hace brotar un oasis de paz, y de él fluye una invitación a sumarse a la actitud que sosiega el espíritu.
Los poetas clásicos persas sabían que la poesía sana, porque es el alimento que el alma necesita y Sepehrí , que había nacido en el desierto, dibujará con sus versos acequias por las que describe esos regueros del agua.
El poeta ve, y enuncia lo que ve. Deja constancia de lo observado a su paso y la imagen se convierte en el argumento. En la más pura tradición contemplativa, su voz se hace ojo . Mística, cotidianidad, coloquialismo y asombro son los ingredientes del ungüento que Sepehrí aplica al mal de vivir. Desde el principio, la humildad con que se expresa gana al lector que es captado por la revelación, porque la voz que la desvela tiene la virtud de ser la voz de muchos y de uno a la vez.
En los primeros versos Sepehrí se presenta : Soy de Kazhan/ no me va mal del todo.../ Soy musulmán/ Mi oficio es pintor. A partir de estos versos, se embarca en un poema de corte biográfico - narrativo que no es sino un collar en el que se engarzarán imágenes multiplicadas en los espejos. Espejos o repeticiones que, sin embargo, nunca son iguales. Y además, desde el principio también, toques de humor y surrealismo que se combinan con el amor a la paradoja: Cuando murió mi padre todos los policías eran poetas./ El frutero me preguntó : ¿cuántos melones quieres?/ Yo le pregunté: ¿Cuánto vale una onza de sosiego?. En aquel entonces la vida era como la lluvia de primavera, un plátano/ lleno de estorninos...una hilera de luces y muñecas, un manojo de libertad/ La vida era entonces un estanque de música que se pierde con ese niño desaparecido en la calle de las libélulas, o lo que es lo mismo, con ese adulto que , según sus palabras, sigue la invitación del mundo a la nostalgia, la melancolía, el misticismo, el saber, la religión , la duda, el desasimiento, el afecto, el amor , el placer, el deseo y la soledad. Así, Sepehrí adulto escribe en Los pasos del agua lo que vio en ese viaje y , sobre todo, lo que aprendió de ese itinerario: la mezcla de esencias que descubrió para acercarnos a la felicidad, la poción contra la sombra maligna del cormorán ( Véase el artículo del mes Febrero sobre Los Cormoranes de C. Aurtenetxe)
Vio en la tierra escenas fantásticas que lo asombraron: una mujer que batía la luz en un mortero, una vaca harta en el prado consejo, poetas que trataban de usted a las azucenas, libros cuyas palabras eran todas de cristal. Porque Los pasos del agua contienen en su interior destellos propios de Las mil y una noches y el poema deslumbra como un bazar que exhibe el mundo entero. Allí nos encontramos tanto con semillas de nenúfares como con los trenes de la política vacíos; con corderos junto a teologías, con éxtasis y barrenderos, Y un avión por cuyas ventanas a miles de pies de altura se veía la tierra: la cresta de la abubilla, las manchas de las alas de la mariposa.
Un libro en el que cada palabra es una gota de agua que hace restallar el asombro del color y la luz a pesar de la muerte.
La vida es la naturaleza. Una constante que se mantiene cuando el poema avanza hacia la ciudad. Allí también se veía la mano del verano sosteniendo un abanico, el tierno sarmiento en la pared, la lucha de la rendija con el deseo de la luz. Nace aquí una pelea de contrarios que se va explicitando a medida que los versos se continúan. Habla ahora el poeta de la lucha, de la hermosa lucha, de la sangrienta lucha, de la lucha de los nazis contra el tallo de la sensitiva. Y más allá describe una conquista que se resume en asesinatos de penas por himnos, de poetas, de lunas, de sauces por orden del Estado.
Mas Sepehrí extrae la sabiduría del dolor, y aprende a ver en la luz... y en la oscuridad, y se redefine: Soy de Kashán /pero Kashán no es mi ciudad.
Situado al otro lado de la noche el poema prosigue su itinerario pero la escala del mapa ha cambiado. Ahora escucha la respiración de las plantas, el latido de su sangre, el fluir de los claveles por el pensamiento y asume su condición de ser espiritual y una atentísima mirada a lo mínimo. La mirada es la misma reflexión: Nunca he visto dos álamos que se odien/...La vida es al fin y al cabo una costumbre agradable,/las alas de la vida tienen la envergadura de la muerte./ Su alcance es tan alto como el amor. Sin dramas, porque al fin y al cabo, la vida es fregar un plato, una geometría sencilla.
Concentrado en pintar y escribir Sepehrí concibió un ideario en el que asume la ignorancia y el dolor en una medida que es a su vez la ración de agua necesaria para vivir. Con Los pasos del agua escribe un poema en el que consigue hablar al mismo tiempo tanto de la libertad de expresión como del silencio. Reinventa el asombro frente a la desilusión, reivindica la asunción del mal, la ignorancia, la muerte que canta en la garganta del petirrojo, el juego del instinto y propone un renacimiento laico. Nos invita a pasearnos bajo esa lluvia que son las palabras, a coger un grano de arena y sentir el peso de su ser, a regar suavemente nuestra percepción del espacio,/ del color, del sonido y de las ventanas.
Una lectura por tanto para tiempos de guerra,
Porque nuestra misión no es desvelar el misterio de la rosa
Nuestra misión es tal vez
nadar en el hechizo de la rosa....
Tal vez nuestra misión es
correr entre la flor del loto y el siglo
tras la llamada de la verdad.
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