No me toquéis los codos ni los hombros,
No quiero diferencia ni soledad ajena,
Quiero ser, en mi espacio, solo y otro,
Quiero ser, solo y otro,
Juan Ramón Jiménez
La editorial Siruela, en su sección Libros del tiempo ha publicado la última obra del escritor Jostein Guarder El Vendedor de cuentos. Esta obra, inteligentemente preconcebida, parte en su génesis de los puntales que sirven de catalizador a todo buen escritor: la capacidad de escribir una buena novela se inscribe siempre sobre la base de una voz o voces narrativas creíbles y de unos trucos elementales que se van adquiriendo con pericia. Todo buen escritor debe tener primero algo que contar, para ello necesita una madurez vital, y una capacidad para pescar ideas que no se aprende en los libros.
El protagonista de nuestra obra, Peter el Araña se convierte en el verdadero artífice de la fama de muchos escritores según nos cuenta - al crear mundos ficcionales, ideas o sinopsis que necesita evacuar porque son como heridas abiertas que en algunos casos dificultan su distinción entre la realidad que recuerda como propia, y lo vivido en el mundo de sus sueños; lo no real, pero que adquiere tal identidad, que llega en momentos a confundirse en el trasvase del espejo con lo cotidiano. Como el hombrecillo del bastón, que le persigue en todo momento ¿trasunto de si mismo? ¿recuerdo del padre?¿ amigo imaginario?,o quizás una simbiosis de todos esos elementos.
No es gratuito el nombre del protagonista ni tampoco el sobrenombre con el que empezará a ser conocido en los círculos literarios el Araña. Nuestro protagonista teje de forma premeditada su propio mundo, de tal manera que incluso ya siendo niño, se convierte en un inadaptado social. No le divierten los juegos de sus compañeros, él necesita crearse su propio circo imaginario, dada su sobredosis de imaginación. Tanto es así, que a lo largo de la obra las historias relatadas llegan a formar parte obsesiva de la trama: la historia de Panina Manina, hija del director de circo; la historia de Mary Ann Mackenzie y la partida de ajedrez, etc.
En el primer caso esa historia llegará a convertirse en un leitmotiv, que abrirá y cerrará la trama. En un principio será la historia contada por nuestro protagonista a su madre, una historia trágica de una niña, hija del director de circo, que se desnuca. Es relevante que su padre reconozca que la infeliz es su hija gracias a un amuleto que cuelga de su cuello, una araña que tiene millones de años. De la misma manera nuestro protagonista descubre horrorizado que ha ultrajado a su propia hija, él se ha convertido en un ser horrendo, en el director de circo mezquino que ha sobrepasado el mundo ficcional aterrizando en el mundo real de forma brutal. Es quizás por eso que siente que ya no existe billete de vuelta, que es el momento de abandonar la realidad soñada. La vida es el parque de atracciones donde nos movemos y, a veces, jugamos sin sopesar las consecuencias. Evitamos las preguntas, les damos codazos para que no nos hieran las respuestas. Nuestro protagonista siente que ha cometido un terrible error, ha olvidado inmiscuirse en su propia vida, ha tejido un hilo demasiado ilusorio, y ahora es el momento de saltar del trapecio y aterrizar en la realidad.
También la historia de Mary Ann MacKenzie adquiere un alto grado premonitorio. La joven, a cuya belleza nadie puede sentirse indiferente. La dama que abandona la partida de ajedrez en primer lugar, sale del juego, pasa de ser comida a comerse a cada una de las piezas del ajedrez que se han aceptado jugar con ella. La vergüenza que siente le obligará a matar a cada una de las piezas. De la misma manera Peter ha sido vencido por la reina que le ha hecho jaque mate al final de la partida de su vida. Su obsesión por vivir fuera del mundo, le hace olvidar el pasado. Y él que ha creado tantas tramas para otros olvida la suya propia, es incapaz de digerir su destino, incapaz de desenmascararlo a tiempo.
Nuestro autor viene a advertirnos sobre el peligro que subyace en todos aquellos que, dada su capacidad para abstraerse de la realidad y crearse otras realidades soñadas paralelas, olvidan volver de vez en cuando sobre sus pasos, reconocerse a si mismos. No debemos olvidar el peligro que subyace a todos los que tienen una capacidad para atravesar los espejos. El peligro no reside en el camino, reside en lo fácil que nos resulta perdernos en el laberinto y tropezar con las mascaras de los otros y no encontrarnos.
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