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El punto débil de esa disciplina académica a la que llamamos Historia reside en que la fuente de su conocimiento se encuentra en las palabras y éstas, como decía un conocido poeta simbolista, "son camaleones", según quién triunfa muestran un color. Los vencedores siempre tienden a elevar a categoría de necesidad una versión favorable, independientemente de lo absurdo o de lo inhumano que refleje en sus consecuencias. Dicho de forma provocadora, la Historia sería una especie de recopilación narrativa de una falsificación milenaria de los acontecimientos; dicho con cierta contención, las versiones del acontecer evidenciarían que somos seres mucho más literarios que históricos. Esto no quiere decir que todo sea imaginario. El criterio de la verdad se manifiesta en el dolor, las víctimas existen, pero la historia la narra a menudo un superviviente, a veces el verdugo, a veces un perseguido que logró escapar milagrosamente de la fatalidad y que, por una extraña paradoja, en vez de sentirse liberado, la suerte termina cargándole con un desasosegante sentimiento de culpa. Günter Grass, siguiendo con su pertinaz insistencia en mostrar los lados ocultos de un pasado plagado de ecos monstruosos, acaba de publicar una novela titulada Im Krebsgang (Al paso del cangrejo) en la que evoca el sufrimiento padecido por aquellos que desataron la II Guerra Mundial y reivindica que también los alemanes tienen derecho a conmemorar a sus víctimas. De algún modo, esta reivindicación del autor de El tambor de hojalata -que en los años ochenta, en la polémica de El debate de los historiadores, sostuvo que después de Auschwitz ningún alemán podría sentirse orgulloso de identificarse con su propia historia- resucita el espíritu de aquellos jóvenes alemanes de la revista Der Ruf (El grito) que habiendo padecido también los campos de concentración nazis, terminada la guerra, rechazaron el tópico genérico de la "culpabilidad alemana" y el interesado olvido del padecimiento infringido a numerosos ciudadanos alemanes. Auschwitz representa algo demasiado terrible para resumirlo en una perversión alemana o en un Hitler loco. La peor Historia es la que recurre a la simplificación. Theodor W. Adorno en cierta ocasión expresó sus dudas acerca de la validez de la poesía después de Auschwitz y, sin embargo, con la obsesiva amargura del recuerdo de aquellos crímenes Paul Celan construyó una excelsa poética de fuga de la muerte. Una poética que sigue vigente hoy en día junto con aquella posterior precisión de Adorno en la que éste afirmara que "el sufrimiento perenne tiene tanto derecho a exteriorizarse como el torturado a gritar" y, con ello, también la poesía a existir a pesar de la amenaza de cualquier Auschwitz pasado o venidero. |
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