Carlos y Txus comparten una afición que a muchos se nos antoja extravagante: coleccionan piedras. No son geólogos, no; tampoco forman parte de esos aficionados por la mineralogía que recorren antiguas minas en busca de un buen ejemplar de calcita, hierro, blenda o plomo. Como esos que alguna vez suben por las minas abandonadas de mi pueblo, con actitud casi furtiva, evitando las miradas de los paisanos y, sobre todo, de posibles competidores.

No. Carlos y Txus son aficionados a subir montañas, recorrer playas y bosques en busca de las diferentes sensaciones que ofrecen los espacios abiertos o los laberintos de árboles, regatos y barrancos. Pueden pasarse horas y horas, muchas veces solos, sin otra compañía que algún corzo o lobo que les aparezca en su paseo.

A veces vuelven con algún fruto silvestre en la mochila; en la temporada, siempre regresan con las mejores setas; pero lo que no falta nunca son esas piedras que añaden peso a su bolsa. La belleza de esos cantos rodados o de las aristas de un pequeño guijarro nos dejan atónitos a los profanos en esa misteriosa afición.

Después de sus excursiones, cuando llegan al bar del pueblo y abren las mochilas y comienzan a sacar sus piedras, alguna más bien pedrusco, los amigos nos cruzamos esas miradas cómplices de quien está ante un caso más de enajenación, inofensiva, eso sí. Pero ellos comentan animadamente lo atractivo de sus tesoros y hasta intercambian entre sí las que consideran singulares.

Así que, ahora, al ver las fotografías de Pradip, he descubierto que la chaladura de Carlos y Txus no es extraña, que cuentan con un buen compañero de viaje. Cualquier día de estos los presento.