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Pocas escritoras han tenido tanto carácter y valentía como Marguerite Duras (1914-1995), nacida Donnadieu en Gia-Dihn, un pueblo de Indochina, durante la ocupación francesa. Tal vez lo que le imprimió ese arrojo fue su infancia (huérfana de padre desde niña), la influencia de su madre (obstinada en sacar adelante a sus tres hijos como fuera, y posteriormente figura clave en la literatura de Duras) y, en general, la miseria y las dificultades que relató en varias de sus novelas una vez instalada en París, adonde acudió para seguir sus estudios universitarios y donde se convirtió pronto en una vedette de los intelectuales de izquierdas. Amiga personal de François Miterrand, que la introdujo en la Resistencia, se adhirió al Partido Comunista y luchó activamente durante la Liberación. Se apartó de la política militante tras la Primavera de Praga, hecho que produjo su absoluto desacuerdo con el Partido. Su primera novela, Les Impudents, se publica en 1943, pero no es hasta Moderato Cantabile (1958) cuando público y crítica empiezan a interesarse por esta mujer pequeña y descarada que puede decir tantas cosas a base de ausencias, silencios, exclusiones. El desarraigo de sus personajes y el deseo de comunicarse más allá de las palabras construyen un laberinto sin salida para el lector totalmente innovador, pues hasta entonces el panorama de la novela francesa era bastante tedioso. Con Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet y Natalie Sarraute, los críticos empiezan a hablar de un Nouveau Roman, que aporta nuevas perspectivas de escritura y recepción y que cada vez cuentan con más éxito de público. Pero Marguerite Duras se desmarca pronto de este grupo literario para demostrar progresivamente su individualidad creativa. Con Le Vice-Consul (1965) inaugura una serie de novelas y guiones entre los que destaca el de India Song (1974), cuya versión cinematográfica dirigió ella misma. El mundo escénico le interesaba cada vez más, y destrozó las barreras entre géneros al escribir guiones, obras de teatro y artículos periodísticos con el mismo tratamiento que daba a sus novelas. Publicó varias recopilaciones de artículos (Lété 80 o Outside: papiers dun jour), así como la mayoría de sus guiones cinematográficos, de los cuales Hiroshima mon amour (1959), de Alain Resnais, la ayudó a convertirse en una figura mayor de la literatura contemporánea. Durante dos décadas, Marguerite Duras construye una trayectoria literaria muy personal, coherente con su vida y sus ideas. La escritura es muchas veces tan autobiográfica, de una franqueza tan extraña, que no podemos adivinar dónde acaba ésta y dónde empieza la ficción. Duras nos presenta en sus obras un mundo inaccesible, una realidad asfixiante y, en medio, un encuentro, una posibilidad de comunicación. Sus novelas reflejan la espera y el deseo, nunca la consumación, y en ellas la destrucción juega siempre un papel principal. Esta destrucción literaria es paralela a la que llevó a cabo ella misma con su vida, y que se aceleró a partir de la publicación en 1984 de El amante. Con esta novela consiguió el Premio Goncourt y vendió tantos ejemplares que se convirtió automáticamente en un fenómeno de masas. El éxito conseguido hizo que Duras sacara del cajón textos anteriormente desechados, que le valieron duras críticas de los medios. Era ya una autora muy controvertida, y algunos denunciaban su manierismo, su afectación. A ella no le importaba gran cosa, sólo lamentaba que la conocieran tanto pero tan poco en realidad. Siguió publicando hasta 1995, año en que murió en París al lado del compañero que la había sostenido en la década del éxito masivo y los problemas con el alcohol. Para él escribió Yann Andrea Steiner (1992), relatando todo lo que ambos habían pasado juntos. Marguerite Duras murió con la cara llena de arrugas, el cuerpo destrozado por el alcohol, la mente lúcida y la conciencia tranquila por haber hecho siempre lo que quería, lo mejor que sabía hacer: escribir. |
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