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-He entrado por el ombligo de un gigante Baobab y paseado por sus oscuras entrañas para salir y tener que enfrentarme a una jauría de lastimosos vendedores asentados bajo la inmensa sombra de ese ser tan magnífico y milenario.
-He sido rodeado en un poblado tradicional senegalés por niños de dulces voces que se conformaban con un simple caramelo y ver sus caras en mi cajita mágica.
-He estado inmerso en el caos aparentemente más absoluto de un día cualquiera de una ciudad cualquiera de Senegal como M´Bour.
-He navegado en la inestable piragua, donde todos los tripulantes deben respetar las normas para que Senegal no se hunda y avance con fuerza en la misma dirección.
-He sentido como todas mis células eran impregnadas con el penetrante y casi hiriente olor a mejillones desconchados y extendidos sobre rugosas esterillas para deshidratarse bajo el asfixiante sol. Aroma que inevitablemente atraía a cientos de cromáticos dípteros voladores, que con armoniosa pero lenta cadencia eran espantados con abanicos destartalados por arrugadas y viejas mujeres en la isla de Fadiouth, hecha y construida únicamente a base de conchas.
-He respirado una mezcla de polvo y humo negro cada vez que utilizábamos cualquier bacheada carretera infectada por viejos, pesados y lentos camiones, y por microbuses a los que tan solo les quedaba el motor y la chapa arrugada, repletos de dignos pasajeros que se refrigeraban por la corriente que discurría entre las huecas ventanas y la sempiterna puerta trasera, en constante movimiento sobre el eje de sus oxidadas bisagras como si de un timón de barco se tratara.
-He comido sabrosa langosta bajo la sombra de un cañizo y refrescado con cerveza senegalesa sobre una exultante playa de póster, disfrutando de la compañía de un metro ochenta de mujer de ébano, mientras Josu le enseñaba frases construidas con la guía español-francés de conversación yale.
-He estado rodeado y asediado una noche por un grupo de rastas de más de un metro noventa en no sé qué oscuros callejones del pueblo de Saly. Embaucado para ser llevado ante el hijo del mafioso del pueblo (todavía no sé de qué forma) y regatear el precio de una piragua. Eso sí con tres negros a mis espaldas abanicándome...
-He aprendido de mi amigo Josu cómo negociar y cerrar un trato con un senegalés manteniendo el pulso, y ganarlo finalmente.
-Hemos sido los únicos blancos que una noche cerrada y tormentosa presenciaron la ceremonia de petición de buenos augurios para este año, a través de las danzas de tambores en un pueblo todavía desconocido para nosotros, en donde solo bailaban frenética, sexual y pasionalmente las mujeres al son del ritmo de los timbales percusionados por poderosos brazos masculinos.
-Hemos sentido la poderosa fuerza resultante entre la unión de un lugar especial, el ritmo de los timbales y el movimiento de las bailarinas en una mezquita animista de Toubab Dialao.
-He visto desaparecer el sol en el inalcanzable horizonte desde una hermosa bioconstrución sobre un acantilado, dejando tras de sí un tapiz de colores en el cielo, que a su vez se reflejaba en las hermosas aguas del Océano Atlántico y sólo desear compartir ese momento con alguien a quien poder amar.
-Hemos sido los únicos blancos que disfrutaron del estreno en directo del último disco de música balagh de un grupo de Dakar que nada tenía que envidiar a Youssou N´dour. Y testigos de cómo se transforma el pueblo negro en cuanto una tripa seca, tensa y bien curtida vibra por el golpeteo rítmico de unas manos africanas.
-Hemos tomado cerveza a altas horas de la madrugada en un antro-fumadero de Dakar lleno hasta rebosar hecho a base de corteza de calabaza, donde se nos negociaban para una noche de placer a cambio de regalos.
-He visto el amanecer desde la terraza de una casa comunal de citas en un suburbio perdido de Dakar, escuchando las oraciones musulmanas provenientes de un minarete e intentando librarme del mercadeo sexual.
-He aguantado la mirada de tres bellas panteras negras (como las llama mi amigo Giller) postradas y derrotadas en una vieja y amplia cama, puestas hasta arriba de marihuana. Y no accediendo a la compra de sus cuerpos a cambio de cefas o presentes.
-Hemos paseado de noche por las calles de Dakar, sin avanzar más de doscientos metros sin que alguien se nos abalanzara para sacarnos como fuese un puñado de cefas.
-Hemos sentido cómo la magia africana a través de un objeto afectaba a nuestros sentidos y cuerpos en la isla de Gore.
-He flotado como un viejo y seco tronco, dejándome llevar por las cálidas y saladas aguas del lago Retba (llamado también lago rosa por su coloración y famoso por la llegada del rally París-Dakar).
-He estado postrado en cama sin fuerzas, con fiebre, diarreas y sin comer durante tres días mientras mi compañero de viaje seguía adentrándose en el mundo negro africano con valentía.
-Me ha despertado una luz naranja aterciopelada durante un amanecer africano a más de diez mil metros de altura para despedirse con un último regalo, enseñándome toda la costa norte africana hasta que mi vista se perdía, bañada por los primeros baños del sol naciente...
Gracias por todo esto y por todo lo que no puedo describir pero que forma ya parte de mí ...
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